martes, 9 de octubre de 2018

LA RESISTENCIA URGENTE

Imégen de "La Izquierda Diario"
Por Roberto Marra
Resistir es una actitud que suele adoptar ser humano cuando se enfrenta a una adversidad que le provoca daños. Pero ese verbo puede significar formas diferentes de posicionarse frente a esos hechos negativos, generalmente provocados desde ámbitos de mucho poder. Hay quienes sufren, solo sopórtandolos. Están los que aguantan, tolerando a los autores de los daños. Muchos los admiten, sobrellevando el peso de la resignación y reprimiendo la lógica intransigencia que debiera nacer de semejantes padeceres.
Pero resistir tiene otros significados, más acordes con las humanas reacciones que suceden a las acciones desatadas por otros humanos (o casi), cuando ellas adquieren dimensiones demasiado insoportables. Rebelarse, sublevarse frente a los ataques de los poderosos, suele ser parte de otra (digna) forma de enfrentarlos, cuando aceptarlos no sea una opción válida.
Levantarse ante el pretendido aristócrata, insurreccionarse delante de las amenazas de los engreídos potentados, desobedecer sus mandatos y oponerse a sus designios, no es cosa fácil, cuando se cargan sobre las espaldas centenarias taras provocadas por esos enemigos históricos, alimentadas por la maquinaria mediática reproductora de displaceres presentados como jubilosas felicidades.
Mucho más sencillo de decirlo que de hacerlo, estas lógicas resistencias ante los disparates del Poder, no son espontáneas ni lineales. La impronta individualista generada por el sistema ha dado los oscuros frutos de la división y el aislamiento, provocando el retardo dramático de lo necesario, rendido ante lo superfluo.
Por esos caminos se desarrollan las actuales manifestaciones de opositores varios, generando tardanzas en decisiones obvias, rechazando propuestas solo por sus orígenes, replicando con complicidades, buscadas o no, los mandatos del enemigo, que es único para todos. La resistencia tarda en adquirir su virtuosismo rebelante, con esos temores miserables derivados del instinto de conservación de las propias “quintitas” de pobres poderes.
Claro que no se trata solo de los líderes y sus grandezas (o pequeñeces) morales. También la sociedad responde en forma similar, adiestrada por décadas de formación discriminativa, segregacionista, que tiene su orígen en las aulas de un sistema educativo adaptado a los intereses de quienes han generado la cultura del aislamiento y el desprecio al diferente.
Hay sin embargo, en nuestra historia, ejemplos notables de resistencias. Estigmatizadas hasta el cansancio, esas expresiones de dignidad popular supieron poner sobre el terreno de la realidad las necesidades que todos conocían, pero escondían en su mayoría, envueltos en las cómodas cobijas de las mentiras y el temor.
Fueron heroicas rebeldías anónimas las que lograron, siempre, los avances sociales que después todos disfrutamos. Fueron valientes sin renombre quienes pusieron el cuerpo para enfrentar al enemigo que hoy se repite con maldad insolente. Pero, tan importante como sus valentías, hubieron detrás hombres y mujeres cuyas capacidades superiores condujeron tales actos a logros notables, cuyos resultados nos parecen ahora naturales, desdeñando el valor de los sacrificios que demandaron y la importancia de los líderes que lo hicieron factible.
El reclamo de unidad de los rebeldes está en boca de todos. Su construcción, ya es otra cosa. Los tiempos apuran lo que el enemigo retarda a fuerza de prebendas y castigos. Otros estigmas han surgido, otras personas son objeto de las repetidas y eternas persecuciones. Miserables y miserabilizadores convergen en diatribas estériles, pero efectivas. Y la resistencia, esa urgencia demandada por los más esclarecidos, pasea su rebeldía sin sublevar, todavía, el alma de los millones de tolerantes, amnésicos de sus propias desgracias.

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