Imégen de "La Izquierda Diario" |
Por
Roberto Marra
Resistir
es una actitud que suele adoptar ser humano cuando se enfrenta a una
adversidad que le provoca daños. Pero ese verbo puede significar
formas diferentes de posicionarse frente a esos hechos negativos,
generalmente provocados desde ámbitos de mucho poder. Hay quienes
sufren, solo sopórtandolos. Están los que aguantan, tolerando a los
autores de los daños. Muchos los admiten, sobrellevando el peso de
la resignación y reprimiendo la lógica intransigencia que debiera
nacer de semejantes padeceres.
Levantarse
ante el pretendido aristócrata, insurreccionarse delante de las
amenazas de los engreídos potentados, desobedecer sus mandatos y
oponerse a sus designios, no es cosa fácil, cuando se cargan sobre
las espaldas centenarias taras provocadas por esos enemigos
históricos, alimentadas por la maquinaria mediática reproductora de
displaceres presentados como jubilosas felicidades.
Mucho
más sencillo de decirlo que de hacerlo, estas lógicas resistencias
ante los disparates del Poder, no son espontáneas ni lineales. La
impronta individualista generada por el sistema ha dado los oscuros
frutos de la división y el aislamiento, provocando el retardo
dramático de lo necesario, rendido ante lo superfluo.
Por
esos caminos se desarrollan las actuales manifestaciones de
opositores varios, generando tardanzas en decisiones obvias,
rechazando propuestas solo por sus orígenes, replicando con
complicidades, buscadas o no, los mandatos del enemigo, que es único
para todos. La resistencia tarda en adquirir su virtuosismo
rebelante, con esos temores miserables derivados del instinto de
conservación de las propias “quintitas” de pobres poderes.
Claro
que no se trata solo de los líderes y sus grandezas (o pequeñeces)
morales. También la sociedad responde en forma similar, adiestrada
por décadas de formación discriminativa, segregacionista, que tiene
su orígen en las aulas de un sistema educativo adaptado a los
intereses de quienes han generado la cultura del aislamiento y el
desprecio al diferente.
Hay
sin embargo, en nuestra historia, ejemplos notables de resistencias.
Estigmatizadas hasta el cansancio, esas expresiones de dignidad
popular supieron poner sobre el terreno de la realidad las
necesidades que todos conocían, pero escondían en su mayoría,
envueltos en las cómodas cobijas de las mentiras y el temor.
Fueron
heroicas rebeldías anónimas las que lograron, siempre, los avances
sociales que después todos disfrutamos. Fueron valientes sin
renombre quienes pusieron el cuerpo para enfrentar al enemigo que hoy
se repite con maldad insolente. Pero, tan importante como sus
valentías, hubieron detrás hombres y mujeres cuyas capacidades
superiores condujeron tales actos a logros notables, cuyos resultados
nos parecen ahora naturales, desdeñando el valor de los sacrificios
que demandaron y la importancia de los líderes que lo hicieron
factible.
El
reclamo de unidad de los rebeldes está en boca de todos. Su
construcción, ya es otra cosa. Los tiempos apuran lo que el enemigo
retarda a fuerza de prebendas y castigos. Otros estigmas han surgido,
otras personas son objeto de las repetidas y eternas persecuciones.
Miserables y miserabilizadores convergen en diatribas estériles,
pero efectivas. Y la resistencia, esa urgencia demandada por los más
esclarecidos, pasea su rebeldía sin sublevar, todavía, el alma de
los millones de tolerantes, amnésicos de sus propias desgracias.
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