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Por
Roberto Marra
Desde
chicos nos inculcan que la democracia es el mejor sistema político,
el más abarcativo, el más representativo del conjunto de la
sociedad. Se trataría de un modo de segura participación en las
decisiones de los gobiernos, una manera amplia de influir sobre las
propuestas y las acciones de los candidatos y de los electos, el
ámbito desde donde generar el desarrollo generalizado de un Estado.
Para acentuar las características virtuosas del sistema, se nos
ofrecen definiciones de las alternativas posibles, generalmente
denominadas totalitarismos, tiranías o dictaduras, que se definen
con sus más terribles rasgos autoritarios y retrógrados.
La
sociedad, en realidad, no parece demasiado democrática, si
observamos su desigual constitución. No parece permitir que el valor
de la palabra de uno, pese lo mismo que el de otro. No abona
demasiado la idea del supuesto igualitarismo en el que estaríamos
inmersos. La profundidad de las diferencias establecidas en base a la
capacidad económica de cada individuo, hace imposible confiar en la
certeza de una definición que se cae a pedazos por la fuerza de los
hechos.
No
hace falta urgar demasiado en la realidad para ver que esto es así.
Millones de oprimidos votando a sus opresores, millones de víctimas
del sistema económico “democráticamente” establecido por el
verdadero Poder, aprueban otorgarle a sus victimarios todas las armas
(en el más literal de los sentidos, las más de las veces), para ser
sometidos a las peores condiciones de vida.
Hasta
las promesas de nuevos buenos tiempos comienzan a abandonar los
candidatos, martirizando a los electores solo con propuestas de
venganzas contra quienes hayan pretendido mejorar sus pobres vidas.
Un patético virus del odio sin motivo a penetrado las conciencias de
las mayorías, haciendo del futuro la negación de su derechos
ganados con décadas de luchas tiradas al basurero de la historia,
desafiando la razón con maquiavélicos planes de degradación moral
pero, eso sí, votados “democráticamente”.
Como
las casualidades no suelen tener nada que ver con los resultados
electorales, habrá que ver qué causalidades les dan orígen. ¿Habrá
que rehacer nuestras propias concepciones de lo bueno y lo malo, de
lo pertinente o nó, de lo moral o lo inmoral? ¿Será el tiempo de
reconstruir pareceres que no parecían generar duda alguna, para
producir paradigmas que se correspondan con los tiempos que corren?
¿Deberemos aceptar como parte del concepto de “democracia”, la
aparición de luciferes varios disfrazados de salvadores de la
humanidad, destrozando derechos y abonando nazismos del siglo XXI?
Todo
sistema puede esconder alguna trampa. La democracia, también.
Establecida como paradigma de la igualdad, transitó desde sus
inicios con la carga de las diferencias sociales que nunca se
subsanaron por la sola existencia de los votos y los parlamentos.
Exacerbada la virtud del supuesto igualitarismo, escondió bajo la
alfombra de la economía la inequidad de sus integrantes, cuyas vidas
están atravesadas por pobrezas y riquezas que trazan una raya en el
camino hacia esa idealizada sociedad de símiles, que algunos
transitan en cómodas poltronas de lujos y oropeles, mientras otros,
la mayoría, solo caminan descalzos sobre el asfalto caliente de la
indigencia.
La
“democracia” es la trampa. No su idea virtuosa, sino su
aplicación amañada. No su paradigma igualitario, sino su
aprovechamiento injusto por los poderosos y sus “cadetes”
politiqueros, fuente de corrupciones que luego endilgan a los
honestos que se atreven a desafiar al oscuro sistema que se esconde
detrás de la virtuosa definición de diccionario.
Siempre
en la cornisa de la definición, nos movemos los pueblos aplastados
por representantes elegidos para que nos maten, con hambre o con
balas. El futuro nos pega bofetadas sin lograr que despertemos del
letargo empobrecedor de los destinos fabricados para ser lo que
somos: simples electores del supuesto mal menor, depositando en las
urnas de las esperanzas, la muerte anticipada de sociedades
despedazadas. La trampa de la democracia habrá ungido, por enésima
vez, la peor de las opciones. Y los tramposos dueños del relato
“democrático”, continuarán construyendo la paradoja de un Mundo
a la medida de su destrucción anticipada.
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