lunes, 29 de octubre de 2018

LA TRAMPA DE LA DEMOCRACIA

Imagen de "El Confidencial"
Por Roberto Marra
Desde chicos nos inculcan que la democracia es el mejor sistema político, el más abarcativo, el más representativo del conjunto de la sociedad. Se trataría de un modo de segura participación en las decisiones de los gobiernos, una manera amplia de influir sobre las propuestas y las acciones de los candidatos y de los electos, el ámbito desde donde generar el desarrollo generalizado de un Estado. Para acentuar las características virtuosas del sistema, se nos ofrecen definiciones de las alternativas posibles, generalmente denominadas totalitarismos, tiranías o dictaduras, que se definen con sus más terribles rasgos autoritarios y retrógrados.
Pero después, está la realidad. Después viene la aplicación del método idealizado, la puesta en escena de todo el andamiaje de lo que se promete con la definición, la práctica de la utópica virtud pregonada. Y muy poco de lo que se preveía en los slogans de alabanzas al paradigmático sistema, termina correspondiéndose con ellos.
La sociedad, en realidad, no parece demasiado democrática, si observamos su desigual constitución. No parece permitir que el valor de la palabra de uno, pese lo mismo que el de otro. No abona demasiado la idea del supuesto igualitarismo en el que estaríamos inmersos. La profundidad de las diferencias establecidas en base a la capacidad económica de cada individuo, hace imposible confiar en la certeza de una definición que se cae a pedazos por la fuerza de los hechos.
No hace falta urgar demasiado en la realidad para ver que esto es así. Millones de oprimidos votando a sus opresores, millones de víctimas del sistema económico “democráticamente” establecido por el verdadero Poder, aprueban otorgarle a sus victimarios todas las armas (en el más literal de los sentidos, las más de las veces), para ser sometidos a las peores condiciones de vida.
Hasta las promesas de nuevos buenos tiempos comienzan a abandonar los candidatos, martirizando a los electores solo con propuestas de venganzas contra quienes hayan pretendido mejorar sus pobres vidas. Un patético virus del odio sin motivo a penetrado las conciencias de las mayorías, haciendo del futuro la negación de su derechos ganados con décadas de luchas tiradas al basurero de la historia, desafiando la razón con maquiavélicos planes de degradación moral pero, eso sí, votados “democráticamente”.
Como las casualidades no suelen tener nada que ver con los resultados electorales, habrá que ver qué causalidades les dan orígen. ¿Habrá que rehacer nuestras propias concepciones de lo bueno y lo malo, de lo pertinente o nó, de lo moral o lo inmoral? ¿Será el tiempo de reconstruir pareceres que no parecían generar duda alguna, para producir paradigmas que se correspondan con los tiempos que corren? ¿Deberemos aceptar como parte del concepto de “democracia”, la aparición de luciferes varios disfrazados de salvadores de la humanidad, destrozando derechos y abonando nazismos del siglo XXI?
Todo sistema puede esconder alguna trampa. La democracia, también. Establecida como paradigma de la igualdad, transitó desde sus inicios con la carga de las diferencias sociales que nunca se subsanaron por la sola existencia de los votos y los parlamentos. Exacerbada la virtud del supuesto igualitarismo, escondió bajo la alfombra de la economía la inequidad de sus integrantes, cuyas vidas están atravesadas por pobrezas y riquezas que trazan una raya en el camino hacia esa idealizada sociedad de símiles, que algunos transitan en cómodas poltronas de lujos y oropeles, mientras otros, la mayoría, solo caminan descalzos sobre el asfalto caliente de la indigencia.
La “democracia” es la trampa. No su idea virtuosa, sino su aplicación amañada. No su paradigma igualitario, sino su aprovechamiento injusto por los poderosos y sus “cadetes” politiqueros, fuente de corrupciones que luego endilgan a los honestos que se atreven a desafiar al oscuro sistema que se esconde detrás de la virtuosa definición de diccionario.
Siempre en la cornisa de la definición, nos movemos los pueblos aplastados por representantes elegidos para que nos maten, con hambre o con balas. El futuro nos pega bofetadas sin lograr que despertemos del letargo empobrecedor de los destinos fabricados para ser lo que somos: simples electores del supuesto mal menor, depositando en las urnas de las esperanzas, la muerte anticipada de sociedades despedazadas. La trampa de la democracia habrá ungido, por enésima vez, la peor de las opciones. Y los tramposos dueños del relato “democrático”, continuarán construyendo la paradoja de un Mundo a la medida de su destrucción anticipada.

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