Imagen de "Pakapaka" |
Por
Roberto Marra
Alguien
dijo alguna vez que “la verdad es la primera víctima de una
guerra”. De eso se trata en este tiempo de “combate” contra el
Pueblo que están desarrollando desde el Poder y su manifestación
institucional. Un belicismo que no comenzó exactamente al hacerse
cargo el actual gobierno que los representa directamente, sino que
asumió ese carácter desde comienzos del anterior período,
denominado despectivamente “populista”.
Esas
políticas pensadas para convertir la desigualdad en justicia social,
la entrega en soberanía y la dominación en independencia, no podían
dejar de incluir la educación y la cultura como métodos
insustituíbles para la concientización del proceso en marcha,
especialmente entre las nuevas generaciones. El impulso a lo
educativo se pudo ver en la construcción de miles de escuelas, en la
entrega de millones de computadoras, en la reparación salarial a los
docentes, en la reapertura de las escuelas técnicas y la creación
de nuevas universidades.
La
cuestión mediática tuvo un devenir muy complejo, derivado de la
oligopolización del aparato comunicacional en manos de grupos
dependientes, siendo parte misma del Poder real, al que se quiso
enfrentar con una ley que nunca pudo aplicarse de manera efectiva,
gracias a la otra pata de la alianza guerrera antipopular, como fue y
es el poder judicial.
Pero
hubo algo que logró ganarle batallas a los enemigos de la verdad.
Hubo un par de creaciones mediáticas que fueron capaces de generar
una adhesión impensada, gracias a sus particulares calidades
artísticas y a sus auténticas improntas nacionales. Los canales
Encuentro y Paka-paka se convirtieron, rapidamente, en la máxima
representación de lo que es capaz la cultura popular cuando se la
interpreta por sus mejores exponentes.
Nunca
antes habían existido semejantes propuestas televisivas, puestas en
escena de autenticidades olvidadas, relatos de una historia que
siempre estuvo amañada por los intereses de los dueños del poder.
La ciencia, la tecnología y el arte, se conjugaron para establecer
una mirada desde el corazón del Pueblo, generando sentimientos de
orgullo nacional que arrasaron los enemigos asesinos de la verdad.
No
podían permitir que esa historia contada por sus propios
protagonistas, casi en primera persona, hiciera escuela en las nuevas
generaciones. No se podían dar el lujo de consentir la continuidad
de esa enorme cátedra de sentimientos patrióticos. No iban a
permitir que otra verdad matara la suya, la única que pueden
admitir, la que nunca fue, pero con la que han logrado avanzar sobre
las debilidades de los atontados por sus perversas maquinarias de
in-comunicación.
Ahora
han desplazado a Paka-paka a un rincón inaccesible para la mayoría
de los niños. Han profundizado su odio matando al mensajero de un
pasado que desprecian y maldicen, creyendo que así lograrán el
olvido, “la solución final” para quienes sobrevivimos con
conciencia y valores patrióticos.
Sus
soberbias les impiden notar los agujeros del muro de mentiras que
levantan, por donde los más pequeños, los que aprendieron la
historia contada por Samba y sus amigos, sabrán salir a buscar
tantas verdades retaceadas. Cuando las encuentren y las comprendan,
estos miserables agresores antipopulares encontrarán su fin en una
batalla que se ganará destruyendo sus falsías con el sable de un
San Martín dibujado, pero auténtico, tan real como los sueños que
aquel tuvo y estos niños, por fin, habrán de consumar.
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