sábado, 4 de febrero de 2023

SALIR DE LA CÁRCEL

Por Roberto Marra

Vivimos en una jaula. Una donde no se ven los barrotes, pero de la cual tampoco se ve la salida. Una cárcel virtual, con paredes levantadas con ladrillos de mentiras e incoherencias y argamasa de pegajosa crueldad, revocadas con voces de miles de infamias cotidianas, pintadas con relatos de ensoberbecidos relatores de la injusticia apañada. Encerrados entre estos muros invisibles y perversos, nos debatimos en conjeturas infructuosas, nos golpeamos unos con otros por intentar encontrar la salida por nuestra cuenta, negamos a los demás encarcelados y alimentamos nuestra propia perdición.

Los carceleros ríen de felicidad incontenible al ver empujarse entre ellos a sus víctimas. Sus divisiones acrecientan sus fortunas, eleva sus poderío y asegura sus porvenires. Sólo tienen que mantener a sus presos enjaulados y promover los rencores entre ellos, para que sigan hundiéndose en el lodo nauseabundo de la irracionalidad. Con parlantes y pantallas someten fácilmente a los reos del Poder, aprietan las neuronas hasta anular las conciencias y construyen seres incapaces de rebeliones.

Cada tanto, sacan a pasear a sus encarcelados al patio de los sufragios. Divididos en decenas de incomprensibles grupos, los condenados depositan sus papeletas sin convicciones, algunos tratando sólo de rescatar algún perdón del carcelero, unas dádivas que lo salven de las rejas al costo de perder sus últimas conexiones con las ideas que lo llevaron a esa cárcel antisocial. Ya no escuchan a sus compañeros de cautiverio, se desprenden de sus antiguas doctrinas, pasan al bando de los ganadores sin principios ni moral, pudriéndose en la soledad de la traición.

Porfiada como el agua de las lluvias copiosas, sin embargo, las viejas y necesarias utopías se van reuniendo en las honduras de las conciencias de quienes no se rindieron nunca. Se abren paso entre los miedos y las desesperanzas, golpean con sus puños amoratados de vergüenza las paredes del desprecio ciudadano, patean las puertas de ese infierno fabricado por un enemigo tan implacable como brutal, al que sólo puede vencerse con la unidad férrea y sentida de millones de encarcelados por la miseria y el engaño cotidiano.

Es ahora mismo cuando ese despertar debe suceder, antes que los barrotes se estrechen y consoliden, antes que fragüe la mezcla de odios programados que sostienen a los ladrillos de la injusticia. No hay ya tiempo para otra cosa que sublevarse contra la falsa democracia donde sólo los ricos tienen derechos. No existe algo superior que la mirada vacía del piberío desnutrido para reaccionar a esta estulticia mostrada como “lo único posible”.

La necesidad carece de ley, demanda novedades y sentimientos profundos, se sostiene en las mismas ideas que nos llevaron a la cárcel del Poder, aquellas que supieron alguna vez convertirse en realidad, aún cuando no fuera perfecta. Las mismas banderas, pero mejor sostenidas. La misma doctrina, traída a estos tiempos diferentes con la astucia imprescindible para vencer. El mismo Pueblo, mil veces sometido, arrastrando su historia de errores y desvíos, acabando con el mismo enemigo, el cruel carcelero de todas las épocas, el dueño de todos los odios y rencores, el propietario de todo lo que nunca le debió pertenecer.

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