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De
origen milenario, la traición y su repetición a lo largo de la
historia, junto a su transversalidad abarcativa de todos los ámbitos,
ha significado que los procesos virtuosos que las sociedades han
querido emprender, terminaran siempre traspasados por las sucias
maniobras de esos seres inescrupulosos que subvierten sus propios
orígenes y supuestos pensamientos.
Hoy
en día, parece hasta cosa corriente encontrar a estos discípulos de
Judas en todos las esferas, pero sobre todo, en el ambiente político.
Ya no asombra (y he ahí lo peligroso) ver los cambios permanentes de
marco ideológico de muchos personajes devenidos en supuestos
representantes del Pueblo, electos por expresar lo que harán añicos
a la hora de tomar posición efectiva de sus cargos.
Es
el solo Poder quien puede garantizar la existencia de estos
traidores, con prebendas que tientan a los inescrupulosos buscadores
de vidas fáciles. Lograda la cooptación del perjuro, instalarán su
figura hasta convertirla en una especie de “prócer” ante la
obnubilación acostumbrada de las mayorías televivientes. Nada ni
nadie podrá salvarnos ahora de semejante engendro propagandístico,
que será resguardado hasta que otro fariseo similar ocupe su lugar.
Los
antiguos compañeros de la ruta ideológica abandonada por esos
impostores de la palabra, muy poco podrán hacer para convencer a la
población de la falsedad de estos personajes agresores de la
generosa credulidad popular y destructores de la confianza pública.
Pensará inútil insistir acerca de las mentiras permanentes que
emiten esos traidores elevados al rango de ilustres.
Es
que pareciera que no importan ya las verdades ni las fidelidades, que
no tienen arraigo posible las conclusiones derivadas de la realidad.
Ya nada que tenga que ver con la rectitud moral y la ética de la
palabra empeñada parece ser entendido como virtud. Eso es, al menos,
lo que los “productores” de traidores nos han instalado.
Cabe,
sin embargo, mirar el otro lado de las traiciones. Ese que nos
muestra el sincero proceder de quienes, aun con todas las de perder,
son capaces de mantener sus convicciones, contra viento y marea, y
hasta el último suspiro. Es la otra cara de esa nefasta realidad la
que, tarde o temprano, habrá de conquistar nuevamente los corazones
de las mujeres y los hombres buenos, con una de las herramientas
fundamentales para construir una sociedad más justa: la lealtad.
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