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La
definición de democracia
dice que es una forma de organización de la sociedad donde el Poder
reside en el conjunto de la ciudadanía. O también se la puede
definir como una forma de organización del Estado en la cual las
decisiones colectivas son adoptadas por el pueblo mediante mecanismos
de participación directa o indirecta que confieren legitimidad a sus
representantes.
Por
su lado, la dictadura se puede decir que se trata de una forma de
gobierno en la cual el poder se concentra en un solo individuo o una
élite, sin que medie participación institucionalizada del conjunto
de la ciudadanía, sino de una minoría que, de facto, proclama
gobernantes y toma decisiones.
Con
estas sencillas definiciones, acerquémonos a Venezuela. Comparemos
las realidades y los hechos que se suceden en ese País hermano, para
determinar si lo que se escucha sobre él es verdad o mentira. Pero
hagámoslo con la mente abierta a comprender un proceso político y
social tan especial como cada uno de los que suceden en cada Nación
de nuestro Continente. Preguntémonos entonces:
¿Es
posible hablar de “dictadura” cuando desde la asunción de Hugo
Chávez en 1998 hasta la fecha se han realizado veinte elecciones, de
las cuales el Gobierno bolivariano solo perdió un referendum sobre
una reforma constitucional menor y las legislativas de 2016?
¿Puede
ser una “dictadura” un gobierno cuya Constitución preve la
existencia no ya solo de los tres clasicos poderes, sino también del
Poder Ciudadano y del poder Electoral, ambos independientes y todos
controlados entre sí?
¿Es
“dictadura” un gobierno que se entrega a la decisión popular a
través de una Asamblea Constituyente, elegida tan democráticamente
que los auditores internacionales no le pudieron objetar nada ni al
proceso ni a la participación, a pesar de la negativa cerrada de la
oposición a presentar candidatos?
¿Es
“democrática” la actitud de los que se hacen llamar “oposición”,
llamando a la destrucción de edificios públicos, a asaltar
cuarteles, a cerrar calles y matar a sus enemigos ideológicos hasta
quemándolos vivos?
¿Es
“democrático” y “republicano” llamar descaradamente a la
intervención de una Nación extranjera para eliminar a un gobierno
legítimamente elegido, como hacen esos burdos personajes de malas
historietas que se autoasumen como “líderes” opositores?
¿Qué
tienen de “demócratas” los gobernantes de otras naciones que
promueven esa intervención y financian a los golpistas internos de
Venezuela? ¿Qué libertades defienden los medios oligopólicos como
no sea la de las corporaciones económicas y financieras mundiales
que nunca admitieron desarrollo autónomos de ninguna Nación?
Párrafo
aparte para la sobreactuación de muchos “analistas”
internacionales, que con escaso conocimiento de aquella realidad, se
plantan en la vereda de la defensa boba a las supuestas
“democracias”, esas que solo son una puesta en escena hipócrita
donde el Pueblo nunca decide, sino a través de la presión mediática
y la extorsión económica.
No
faltan a esta cita con la destrucción de las experiencias populares
independientes, los engreídos representantes de la “izquierda”,
palabra tan desvalorizada como “democracia”, por imperio de la
actitud miserablemente dogmática de estos auténticos traidores a
sus propios orígenes ideológicos. Ellos también participan de
estos festines destructivos de Venezuela, con argumentos tan falaces
como los de sus hermanos del otro extremo del pensamiento.
Aquí,
en Argentina, un “demócrata” presidente, cuyo republicanismo se
cae a pedazos en cada una de sus medidas, con un pasado ligado
intimamente a la dictadura real y feroz que padeció nuestra Nación,
se permite el ilegítimo privilegio de determinar la vida de los
venezolanos, asumiendo el rol de defensor de derechos que el conculca
en nuestro País, con el regreso incluso de la desaparición forzada
de las personas como método represivo.
No
sabemos el destino que le espera a la Patria de Bolivar. Imposible
determinar con certeza qué fuerza predominará y que futuro tendrá
la Revolución Bolivariana que soñó Chávez y su Pueblo. Tal vez,
una vez más, el Imperio y sus genuflexos seguidores logren su
objetivo de dominación y retroceso. Serán, igual, simples “recreos”
oligárquicos en una historia que inexorablemente avanzará hacia
otra etapa de agudización de los choques de sus intereses con los
populares.
Otra
vez la maldición de Malinche está atravesando a nuestra América.
Nuevamente la traición y el olvido hacen posible aceptar masivamente
los disfraces de “democracia” de las reales dictaduras del
“mercado”, incluso cooptando a quienes hasta no hace demasiado
aparecían como sus enemigos.
Dura
labor nos espera, pero sobre todo a las próximas generaciones, para
acabar con esta tragedia repetida mil veces. Dura, pero necesaria.
Desmoralizante a veces, pero imprescindible para convertir en
realidad los viejos sueños de independencia, soberanía y justicia
social, esos que apenas pudimos alguna vez tocar, por tiempos tan
breves como felices.
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