Imagen de "Asociación Adventista del Este" |
La
caridad con quienes sufrían por su extrema pobreza, fue algo que
distinguió a los primeros cristianos. Muchos llegaron incluso al
extremo de venderse ellos mismos como esclavos, para poder alimentar
a los pobres con el dinero que les pagaban por perder su libertad.
Esa conmovedora manera de un altruismo difícil de encontrar en estos
tiempos, nos hace notar la brutal diferencia con los opulentos
super-millonarios actuales, cuyo grado de egoismo no tiene límites.
A la
sinrazón de una acumulación de bienes que les permitiría vivir sus
propias vidas decenas de miles de veces, se le suma el absoluto
desprecio por las vidas de los millones de otros seres humanos, que
subsisten solo para alimentarse mal, vivir peor y morir antes de
tiempo, con el único objetivo de proveer al aumento de las fortunas
de aquellos que deciden los destinos de la humanidad.
No
satisfechos con el daño a quienes le solventan sus enriquecimientos,
desatan cada tanto alguna guerra por ahí, otra por allá, cumpliendo
con sus metas de dominación territorial del Mundo y asegurándose la
necesidad de producción armamentística que, no por casualidad,
también les pertenece.
Adueñados
de casi todo, se dan el perverso lujo de “tirar a la basura” a
millones de hambrientos, abandonados en esos paises a los que
declaran “inviables”, claro que solo para sus habitantes. Ellos
sí harán viables la extracción de sus riquezas a cambio de tanta
desolación, que solo se hará visible para mostrarnos a algunos
“famosos” repartiendo limosnas entre chicos desnutridos, para
postergar por unos días sus muertes seguras.
Espejo
brutal de semejantes impúdicas ambiciones, también “nuestros”
millonarios locales ejercen el vil modo del desprecio más feroz
sobre la mayoría de los ciudadanos, a los que les garantizan solo
padecimientos presentes y miserias futuras.
Como
en el resto del Planeta, algunos millones de creídos adláteres de
sus admirados ricachones, harán las veces de imprescindibles
batallones para el mantenimiento de tanta inequidad. Son quienes
vemos expulsar con desprecio de sus mesas opulentas, a los mendigos
que ellos mismos ayudan a generar.
Después
habrán de ir a santiguarse en algún templo ante la imágen de quien
enseñó a dar sin límites, mientras le entrega una limosna a un
cura que perdonará sus pecados a cambio de unas monedas manchadas
con la sangre de sus inmorales codicias.
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