Existe
una palabra mágica para los argentinos. Es una palabra sencilla, un
nombre como cualquier otro, una identidad similar a tantas. Pero
adquiere ribetes exóticos cuando se trata de manifestar odio y
desprecio. Se utiliza todo el tiempo por millones de personas, a
cuenta de las razones mediáticas que provee sentido a esos
pronunciamientos.
Se
la menciona en los supermercados, en los taxis, en las farmacias, en
los bancos, en los hospitales, en los bares, en las escuelas y en
cuanto lugar se junten más de dos personas. Se la pronuncia
acompañada con apelativos soeces, degradantes, descalificantes. Se
la adorna con retóricas vacías, probanzas falaces, seguridades
devenidas de periodistas inescrupulosos o personajes políticos de
dudoso orígen y peor presente.
Es
tanta la difusión y uso de esa palabra, que algunos (y sobre todo,
algunas) la reemplazan con epítetos que suenan contundentes,
tratando de acentuar los sentimientos negativos que desean manifestar
y que la sola mención de ese nombre no alcanzaría para hacerlo con
la acumulación de animadversión que les despierta.
Los
colegas de la portadora de esa palabra mágica, también participan
de la saña discursiva negativa, tratando de agregar más y más
basura vocinglera a ese aparato difusor de revelaciones de lo que
nunca fue y seguridades sobre lo que nunca será. Son, tal vez, los
que mayor esfuerzo hacen por utilizar esa mágica palabra, con
calificaciones que solo terminan degradando sus prosapias de
politiqueros caídos en desgracia.
Desde
el aparato judicial, es utilizada diariamente, figura en miles de
expedientes, está en boca de decenas de jueces y fiscales, participa
de centenares de audiencias. Cada día se suman nuevas diatribas de
los funcionarios judiciales más mediatizados, generando la
re-alimentación del mito en que se ha convertido a esa sencilla
palabra.
Aparece
en miles de titulares de diarios y revistas, es motivo de sesudos
análisis de medicuchos de pantalla o abogados sin otra matrícula
que la mediática. Todo para alimentar una grieta nacida hace dos
siglos para asegurarle más poder a un Poder que necesita de ella. De
la grieta, y también de la palabra mágica.
Resulta
justo recordar una estrofa de ese inolvidable tango cantado como
nadie por la gran Tita:“Se
dicen muchas cosas, mas si el bulto no interesa, ¿por qué pierden
la cabeza ocupándose de mí?”. Bien
lo podría suscribir ahora, la perseguida portadora de ese ya mítico
nombre: Cristina.
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