martes, 19 de septiembre de 2017

LA HORA DE LA TIERRA

Imagen de "apc-suramerica.net"
Por Roberto Marra

La desaparición forzada de Santiago Maldonado puso en la picota el tema de las protestas de indígenas por el apoderamiento de sus tierras por parte de oligarcas locales, pero sobre todo, extranjeros, que los medios ocultan tras las cortinas de humo de sus peroratas acostumbradas sobre “derechos de circulación” de “la gente”, que consideran siempre mucho más importante que los ancestrales derechos de los indígenas que protestan cortando rutas.
Millones de hectáreas vienen siendo adquiridas (es un modo de decir) por grandes grupos económicos extranjeros, para lo cual utilizan algo mucho más “persuasivo” que el dinero: la fuerza bruta de policías y gendarmes que los estados provinciales (y el nacional) ponen a sus disposición. Sus objetivos son más que obvios: apoderarse de las riquezas de nuestro suelo a como de lugar. Tan obvios como ilegítimos, por supuesto.
Cualquier cosa aceptarán quienes se consideran a sí mismos los “verdaderos argentinos”, creídos blancos y puros, descendientes de otros extranjeros que supieron venir a salvar sus vidas miserables en estas tierras. Tal vez por esa ascendencia europea, se consideren cercanos a los que ahora cercenan nuestro País, estableciendo colonias de millones de hectáreas, protegidos por sus socios locales en el gobierno.
Extraño nacionalismo el argentino, que desprecia a los originales dueños del suelo que pisamos, y entrona con unción a los que se las vienen a robar, con la ayuda inestimable de la alegría de globos amarillos y discursos xenófobos vergonzantes. Extraña pasión por el odio al diferente de piel oscura, al que le inventan ridículas pretensiones de separaciones territoriales o grotescas relaciones con terroristas.
Parece que ha llegado la hora de la tierra. La hora de sentirla y hacerla nuestra de verdad. Nuestra y de quienes las recibimos como herencia forzada por aquellos bestiales exterminios que los arrinconaron a un costado de la historia. Ahora vienen por otro genocidio, más lento y perverso que aquel, para empujarnos, a todos, a ese mismo rincón del olvido del verdadero orígen de la nacionalidad, paradójicamente, junto a nuestros menospreciados aborígenes.

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