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La
desaparición forzada de Santiago Maldonado puso en la picota el tema
de las protestas de indígenas por el apoderamiento de sus tierras
por parte de oligarcas locales, pero sobre todo, extranjeros, que los
medios ocultan tras las cortinas de humo de sus peroratas
acostumbradas sobre “derechos de circulación” de “la gente”,
que consideran siempre mucho más importante que los ancestrales
derechos de los indígenas que protestan cortando rutas.
Millones
de hectáreas vienen siendo adquiridas (es un modo de decir) por
grandes grupos económicos extranjeros, para lo cual utilizan algo
mucho más “persuasivo” que el dinero: la fuerza bruta de
policías y gendarmes que los estados provinciales (y el nacional)
ponen a sus disposición. Sus objetivos son más que obvios:
apoderarse de las riquezas de nuestro suelo a como de lugar. Tan
obvios como ilegítimos, por supuesto.
Cualquier
cosa aceptarán quienes se consideran a sí mismos los “verdaderos
argentinos”, creídos blancos y puros, descendientes de otros
extranjeros que supieron venir a salvar sus vidas miserables en estas
tierras. Tal vez por esa ascendencia europea, se consideren cercanos
a los que ahora cercenan nuestro País, estableciendo colonias de
millones de hectáreas, protegidos por sus socios locales en el
gobierno.
Extraño
nacionalismo el argentino, que desprecia a los originales dueños del
suelo que pisamos, y entrona con unción a los que se las vienen a
robar, con la ayuda inestimable de la alegría de globos amarillos y
discursos xenófobos vergonzantes. Extraña pasión por el odio al
diferente de piel oscura, al que le inventan ridículas pretensiones
de separaciones territoriales o grotescas relaciones con terroristas.
Parece
que ha llegado la hora de la tierra. La hora de sentirla y hacerla
nuestra de verdad. Nuestra y de quienes las recibimos como herencia
forzada por aquellos bestiales exterminios que los arrinconaron a un
costado de la historia. Ahora vienen por otro genocidio, más lento y
perverso que aquel, para empujarnos, a todos, a ese mismo rincón del
olvido del verdadero orígen de la nacionalidad, paradójicamente,
junto a nuestros menospreciados aborígenes.
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