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No
hay nadie más dudoso que alguien con certezas absolutas sobre todo.
Porque es imposible que se pueda tener la seguridad de saberlo todo y
considerarlo irrefutable por cualquiera. Es la mejor forma de
negación del otro, al subsumirlo en una condición de simple
partenaire de quien se arroga la sabiduría ilimitada.
Algo
(o mucho) de eso hay en los periodistas (o quienes ofician como
tales) de los grandes medios hegemónicos. Como contagiados del poder
que poseen sus patrones, ejercen su trabajo de demolición de las
verdades ajenas con el cinismo propio de quienes saben que no tienen
fundamentos para sus dichos, pero que nada de eso importa a la hora
de esculpir realidades de conveniencia para sus mandantes.
Fabricadas
sus propias “verdades”, las salen a “militar” con tanto afán
como si fueran creibles para ellos, sabedores de que sus falacias han
sido convertidas en certezas, sin fundamentos reales. Esa falta de
respaldo probatorio de sus aseveraciones no los amilana para
enfrentar entrevistados de jerarquía intelectual superior.
Cuentan,
para hacerlo, con la demoledora acción previa de los medios en los
que ejercen sus viles procedimientos, que dedican su programación
entera a destruir el prestigio y la honra de quien considere su
enemigo. Con esa pertinacia habrán preparado a su público para
creer que el entrevistado es como lo indican sus periodistas, sin
importar las pruebas en contrario que muestre el oponente.
En
ese contexto se realizó la entrevista a la ex-Presidenta Cristina
Fernández. Con esos parámetros se ubicó ese abogado frente a esta
Estadista, ejerciendo un rol más de fiscal que de periodista. No
había real interes en conocer las verdades de “esa mujer”, sino
en sostener las propias a como de lugar, en una agenda abiertamente
negadora de lo trascendente y profundamente capciosa en su
formulación.
Habrá
que rendirse ante la evidencia de que Goebbels ha triunfado. Tanto se
ha mentido, que es necesario ir hasta el mismo recinto del “diablo”
mediático a explicar lo vivido, como si nunca se hubiera sucedido.
Queda
la duda de cuanto le importaron sus respuestas a quienes solo piensan
y actúan con odio. Queda la satisfacción, en cambio, de haber visto
que una mujer con algo más que convicciones, pudo ponerle un poco de
freno a la inmoralidad discursiva de estos soberbios sin escrúpulos,
atávicos exponentes de una raza de esclavos del Poder, figurones
pasajeros sin memoria ni dignidad.
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