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Se
cuenta que Martín Miguel de Güemes, ya cerca de su muerte y frente
a sus tropas, sentenció que “Morir por la Patria, es gloria”.
Con solo 36 años, este héroe nacional pasó a la inmortalidad por
defender la frontera norte de la incipiente Nación. Después, la
historia oficial lo transformó en un rígido bronce, justo a este
hombre excepcional, que dejó toda su acomodada prosapia familiar
para luchar por los más dignos ideales de justicia y libertad.Cuando
fue creada la Gendarmería, cuya misión básica es la de proteger
las fronteras y combatir los delitos relacionados a ellas, resultó
lógico asociarla a aquel héroe que cumplió mejor que nadie esa
misión. Claro que, como siempre sucede, los hombres y las
circunstancias fueron modificando esos nobles objetivos y, peor
todavía, olvidándolos.
Ahora,
retomando el camino que la dictadura le asignó, igual que a todas
los otras fuerzas armadas, parece que su destino es custodiar, sí,
pero las fronteras de los grandes terratenientes. No es tan ilógico,
si se piensa que la mayoría de ellos son extranjeros o asociados a
extranjeros, por lo cual estarían custodiando las “fronteras”
internas con esos “casi países”, que se han conformado como
fruto de la indulgencia eterna hacia los poderosos del Mundo.
Hasta
se ubican destacamentos de gendarmería dentro de esos “reinos”
de oligarcas. Desde uno de ellos es que se apañó la persecución y
desaparición de Santiago Maldonado. Para defender la sinrazón de
ese “País Benetton”, es que se armó el operativo que culminó
con la forzada ausencia de este joven defensor de causas tan justas,
como las de aquel héroe salteño.
No
perseguían a enemigos externos, sino a los más auténticos
habitantes originarios de esas tierras, invadidas por las ambiciones
imperiales de los apátridas de bolsillos llenos y almas vacías. No
buscaban delincuentes, los inventaron para justificar su degradante
acción bélica contra ciudadanos que solo reclaman derechos
ancestrales, que se les niegan para apoderarse, en forma espuria, de
las riquezas de nuestros suelos.
Aquellos
que se rasgan las vestiduras en cada aniversario de Güemes,
pretendiendo ser sus descendientes morales, han vaciado de contenido
las palabras y la acción de ese hombre sin igual. Han deshonrado los
valores que condujeron su vida y que nunca tendrán estos mercenarios
actuales, simples esclavos de un Poder sin Patria. Y de una historia,
sin gloria.
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