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El
escrúpulo (que literalmente significa “piedrita que se mete en el
zapato”) es esa prevención para definir si algo es bueno o malo,
es correcto o nó, si es verdadero o falso. Es esa duda que nos
advierte que estamos por cometer un error, o realizar un acto reñido
con los valores éticos que abrazamos, razón que nos impulsa a no
concretarlo.
Resulta
una buena medida de nuestra moral, al enfrentar disyuntivas que
podrían convertirnos en lo que nunca deseamos o hacer lo que jamás
haríamos. También es una excelente manera de distinguir los
solidarios de los egoistas, carentes estos últimos de cualquier
vestigio de escrupulosidad, como no sea frente a la duda de lo malo o
lo peor que los pueda afectar a ellos.
Sostenidos
por esos escrúpulos, andamos por la vida evitando dañar a los
demás, conscientes de la necesidad de acrecentar y transmitir los
valores humanísticos que sostienen nuestra ideología con el fin de
desarrollar sociedades justas y solidarias.
Pero
están los otros, los propietarios de todas las maldades, los
hacedores de todas las desgracias, las fabricantes de la miseria y el
abandono, los orgullosos constructores de la injusticia permanente.
Esos son los inescrupulosos, los que nunca tienen pruritos a la hora
de decidir sus planes, a sabiendas de los daños que provocarán en
la mayoría de sus congéneres. No habrá prevención que les impida
hacerlo, porque están blindados ante las dudas éticas. Más aun, ni
siquiera se podría decir que tienen moral, porque desconocen el
sentido de la misma.
Así
son los actuales gobernantes de nuestra Nación. Así se manejan
frente a la sociedad y sus necesidades. Así resuelven los destinos
de todos, con métodos de probada ineficacia pero de notable
productividad para ellos, alimento imprescindible para elevar su
poder y mantener su hegemonía.
Pero
el problema mayor es que la inescrupulosidad es un “virus” muy
contagioso. Más todavía con los modernos métodos de inoculación
televisiva, que revierten décadas de sentidos éticos de la
población sana, convirtiéndola en una masa desinformada y maleable
a los intereses de sus enemigos, para que, ya sin escrúpulos,
sentencie a los inocentes y destruya sus propios sueños, asegurando
la continuidad de un sistema, sin piedritas en los zapatos.
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