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“Esperando
a Godot”
es una obra del teatro
del absurdo, escrita por Samuel Beckett. En el argumento aparecen dos
andrajosos personajes que esperan, confiados, a un tal Godot, con
quien, se supone, tienen una cita. El público nunca llega a saber
quién es ese Godot, o qué asunto tienen que tratar con él. Sin
embargo, en cada acto, aparecen un hombre cruel (que afirma ser el
dueño de la tierra donde se encuentran) y su esclavo, a quien
mantiene atado con una cuerda. Al rato llega un niño que trae el
mensaje a los vagabundos de que Godot no vendrá hoy, "pero
seguro que mañana sí".
Por
fuera de las intenciones del autor y de las interpretaciones de los
críticos, el caso es que se parece claramente a una reproducción de
la situación de nuestra sociedad. También aquí, aunque
reproducidos por millones, los andrajosos esperan. Son los
empobrecidos de siempre, los abandonados por un sistema tan cruel
como el visitante de la obra. Visitante que también nos asegura ser
el dueño de todo y, tal como en la tragicomedia de Beckett, lleva de
las narices a quienes le ayudan a mantener el status quo que
multiplica su poder.
Al
igual que en Godot, contamos con los voceros de un Poder que no vemos
nunca, patentizados en las pantallas y sus zócalos mendaces, donde
los adláteres de los poderosos nos convencen a cada minuto que
pronto llegará el bienestar y la felicidad. Eso sí, con la previa
visita de las peores desgracias, que deberemos soportar con alegría,
hasta que el futuro dichoso nos alcance.
En
nuestra realidad, quienes dicen ser los dueños de todo, solo lo son
en base a la ilicitud y el desprecio por una historia que
tergiversaron a su gusto y demanda, para colocar al costado de ese
camino de eterna espera, a generaciones tras generaciones de ilusos,
sin más voluntad que seguir siendo actores secundarios en la triste
comedia de la pobreza y la indigencia que fabricaron los crueles de
todos los tiempos.
Pero
la vida, como en los argumentos teatrales, puede modificar su rumbo.
Solo hace falta que los millones de denigrados y marginados,
comprendan la necesidad de convertirse, todos ellos y colectivamente,
en autores de una nueva historia, donde el guión ya no lo redacten
los despiadados productores de miseria. Entonces sí, Godot habrá de
aparecer. Y la felicidad, ya no será una utopía.
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