viernes, 22 de septiembre de 2017

UNA EDUCACIÓN PARA SER O NO SER

Imagen de "Otras Voces en Educación"
Por Roberto Marra

Cuando se dice que se “es” pobre, estamos indicando que se tiene una condición permanente, que denota imposibilidad de salir de ella. Cuando, en cambio, se habla de que se “está” pobre, da la idea de temporal, de una circunstancia que puede cambiar. Esta diferencia básica en la interpretación de la pobreza, es la que demuestra la orientación y el destino de las medidas que toma un gobierno.
Quienes gobiernen pensando en sostener la idea de pobres que “son” y no que “están”, jamás lo presentarán abiertamente. Siempre dirán que quieren “terminar” con la pobreza, para lo cual implementan medidas que, en realidad, solo logran acabar con las vidas de los pobres, dejando para las generaciones futuras la sensación, cada vez más profunda, de jamás poder salir de esa condición.
Para ellos, los pobres solo podrán ser observadores de realidades que considerarán “necesariamente” inalcanzables, hasta con cierto aire de “justicia”, por sentir que son lo que nunca dejarán de ser, casi como una condición divina.
La meritocracia forma parte de esta forma de fijar lo circunstancial como permanente. Se convence a las mayorías de que de sus condiciones de pobreza, solo podrán salir a través de sus esfuerzos individuales. De esa manera, el Estado se desentiende de implementar políticas que podrían generar las condiciones objetivas para terminar con la pobreza que, a su vez, solo pueden derivar de la participación activa de toda la sociedad.
Para asegurar la continuidad de la miseria, que tantos beneficios les trae a los dueños del Poder, les es imprescindible modificar el sistema educativo público, con metas curriculares claramente degradantes de las expectativas de superación social que siempre tuvieron. Allí dirigen sus “esfuerzos”, desfinanciando y privatizando la educación.
El menoscabo y la desmoralización de los docentes y los alumnos, también forman parte de este proceso indigno. Es que solo necesitan mano de obra barata e individuos aislados, incapaces de comprender el sentido social de sus vidas. Solo precisan personas sin alma ni pertenencia, simples autómatas para multiplicar riquezas ajenas.
Nos queda, sin embargo, la esperanza de ver a los jóvenes estudiantes descubriendo, casi como en una paráfrasis del drama de Hamlet, que la cuestión de la educación termina siendo, sobre todo por estos tiempos, la imprescindible lucha por decidir entre “ser” o “no ser”... pobres.

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