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Cuando
se dice que se “es” pobre, estamos indicando que se tiene una
condición permanente, que denota imposibilidad de salir de ella.
Cuando, en cambio, se habla de que se “está” pobre, da la idea
de temporal, de una circunstancia que puede cambiar. Esta diferencia
básica en la interpretación de la pobreza, es la que demuestra la
orientación y el destino de las medidas que toma un gobierno.
Quienes gobiernen pensando en sostener la idea de pobres que “son” y no que “están”, jamás lo presentarán abiertamente. Siempre dirán que quieren “terminar” con la pobreza, para lo cual implementan medidas que, en realidad, solo logran acabar con las vidas de los pobres, dejando para las generaciones futuras la sensación, cada vez más profunda, de jamás poder salir de esa condición.
Quienes gobiernen pensando en sostener la idea de pobres que “son” y no que “están”, jamás lo presentarán abiertamente. Siempre dirán que quieren “terminar” con la pobreza, para lo cual implementan medidas que, en realidad, solo logran acabar con las vidas de los pobres, dejando para las generaciones futuras la sensación, cada vez más profunda, de jamás poder salir de esa condición.
Para
ellos, los pobres solo podrán ser observadores de realidades que
considerarán “necesariamente” inalcanzables, hasta con cierto
aire de “justicia”, por sentir que son lo que nunca dejarán de
ser, casi como una condición divina.
La
meritocracia forma parte de esta forma de fijar lo circunstancial
como permanente. Se convence a las mayorías de que de sus
condiciones de pobreza, solo podrán salir a través de sus esfuerzos
individuales. De esa manera, el Estado se desentiende de implementar
políticas que podrían generar las condiciones objetivas para
terminar con la pobreza que, a su vez, solo pueden derivar de la
participación activa de toda la sociedad.
Para
asegurar la continuidad de la miseria, que tantos beneficios les trae
a los dueños del Poder, les es imprescindible modificar el sistema
educativo público, con metas curriculares claramente degradantes de
las expectativas de superación social que siempre tuvieron. Allí
dirigen sus “esfuerzos”, desfinanciando y privatizando la
educación.
El
menoscabo y la desmoralización de los docentes y los alumnos,
también forman parte de este proceso indigno. Es que solo necesitan
mano de obra barata e individuos aislados, incapaces de comprender el
sentido social de sus vidas. Solo precisan personas sin alma ni
pertenencia, simples autómatas para multiplicar riquezas ajenas.
Nos
queda, sin embargo, la esperanza de ver a los jóvenes estudiantes
descubriendo, casi como en una paráfrasis del drama de Hamlet, que
la cuestión de la educación termina siendo, sobre todo por estos
tiempos, la imprescindible lucha por decidir entre “ser” o “no
ser”... pobres.
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