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Según
Wikipedia, una instalación
artística es un
género de arte contemporáneo que incorpora cualquier medio para
crear una experiencia visual o espacial en un ambiente determinado.
Los artistas de instalaciones por lo general utilizan directamente el
espacio de exposición y a menudo la obra es transitable por el
espectador y éste puede interactuar con ella.
Con
esta definición, situémonos en los alrededores del Cabildo de
Buenos Aires, el viernes 1° de septiembre pasado, después que
centenares de miles de personas se habían retirado, tras clamar por
la aparición de Santiago Maldonado. Entonces se comienza a armar una
especie de estudio de televisión en una calle lateral al Cabildo,
con cámaras, iluminación, cableado y personal técnico y
periodístico (esto último, claro, es solo una forma generosa de
denominarlo).
A
partir de que estuviera listo el “set”, arribaron los “artistas”.
Es decir, los supuestos “manifestantes exaltados” por un lado y
las fuerzas represivas uniformadas y de civil, por el otro. Fue
necesario también una escenografía creíble, por lo que encendieron
algunos basureros, para que todo pareciera real. Piedrazos,
amenazantes palos esgrimidos por los clásicos encapuchados, fuerzas
represoras amontonadas tras los escudos y los extraños civiles por
detrás, sin que nunca se decidieran a avanzar contra los supuestos
manifestantes.
Llegan
bomberos, esperan al lado de las fogatas sin apagarlas por un buen
rato, mientras los encapuchados desaparecen en el fondo de la
escenografía. Entonces sí comienza la represión, pero no contra
los “arrojapiedras” escabullidos, sino contra inocentes
transeuntes, parroquianos de los bares de la zona, periodistas (los
de verdad) y hasta turistas, algunos de los cuales son apaleados y
detenidos.
La
“instalación” tuvo “éxito”. Otra vez el oscuro “arte”
de mentir ha producido el efecto deseado, desechando la conmovedora
manifestación multitudinaria y elevando a la categoría de noticia
relevante a esta “muestra artística” denigrante y perversa. Los
medios hegemónicos trocaron los hechos reales por un relato que
asegure el temor o la apatía de la población y, con ello, la
continuidad del despojo oculto, tanto como la desaparición de
Santiago, tras las bambalinas de una parodia del terror que nos
espera.
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