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Siempre
decimos que recordar es un sano ejercicio para mantener la coherencia
entre lo sucedido antes y lo esperable en el futuro. Es un modo
sencillo y muy humano de entender la realidad, ya sea para sostenerla
o para cambiarla. Es la manera práctica en que una sociedad puede
encontrar caminos de desarrollos virtuosos para mejorar la calidad de
vida y ampliar los derechos para todos sus integrantes.
Sin
embargo, algunos personajes de la política, del Poder Judicial y,
fundamentalmente, del poder fáctico, apuestan todas sus fichas al
olvido. Para hacer posible la masividad de sus objetivos, cuentan con
lo que las mayorías populares no tienen: el poder mediático y su
interminable billetera.
Para
esos sectores, es muy importante que el olvido se apodere de las
conciencias mayoritarias, para imponer políticas económicas y
sociales que destruyen el bienestar popular y aplastan cualquier
sentido de progreso colectivo. Deben ocultar el pasado, porque se
saben los generadores de las peores catástrofes sociales y
representan las más bajas inmoralidades cometidas desde nuestros
inicios como Nación.
En
el ámbito de la política, por estos tiempos han surgido personajes
que son paradigmáticos representantes del olvido como método. El
senador Picheto es uno de esos “pragmáticos” personajes (aunque
no el único), convertido en un simple correveidile del Poder que,
para asegurar su continuidad prebendaria en las instituciones de
gobierno, exagera las posturas ideológicas antagónicas con su
pasado reciente.
Este
impostor permanente, está transitando el resbaladizo sendero de la
negación de los derechos a los aborígenes para defender a sus
mandantes latifundistas. Peor aun, está proponiendo el ilegal uso
del Ejército para la represión en el sur, como un remedo de aquel
Coronel Varela de la Patagonia Trágica, que terminó con la vida de
miles de peones rurales.
Nada
les importa a estos mucamos de los poderosos. Nada más que sus
propios miserables beneficios. Se atornillan a sus bancas, a las que
se subieron por el costado popular y de las que se bajarán por el
lado de la indignidad, despues de ayudar a destruir las esperanzas de
millones que los ungieron a lugares que no merecen.
Ahora,
con la historia entre las manos, estamos en condiciones de elaborar
un recuerdo imborrable sobre estos pérfidos y sus patrones, para
eliminar la posibilidad de sus retornos. Salvo que, como en tantas
otras veces, se prefiera dar otro paso hacia el abismo moral del odio
y la mentira.
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