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Todos
recordamos la famosa frase pronunciada por el entonces Presidente de
la Nación, Carlos Menem, cuando le indicaron que no podía aceptar
esa famosa Ferrari que le había obsequiado un empresario italiano,
por ser incompatible con su función. ¡“Es mía, mía, mía...”!,
dijo, como si fuera un chico al que le quisieron quitar un juguete.
Más
de dos décadas después, otro presidente, entonces un empresario muy
favorecido por aquel otro mandatario, profundizador de aquellas
mismas ideas conservadoras y neoliberales, parece estar repitiendo,
por lo bajo y sin que se lo escuche decir abiertamente, esa misma
frase, pero esta vez referida a la libertad de expresión.
Para
lograr el acceso y el mantenimiento en el poder político, el sistema
comunicacional ha sido su mejor arma. Años antes de que llegara a
esta instancia gubernamental, la autodenominada “prensa
independiente” fue minando las bases populares que sostenían un
programa virtuoso de empoderamiento masivo de derechos, para lograr
la adhesión a este nuevo engendro político de las élites de
siempre.
Ahora,
ya con la mitad de su mandato cumplido, parecen estar necesitando una
profundización de sus medidas. No ocultan que las van a tomar. Las
anuncian con fervor para despues de las elecciones. Pero, sabedores
que sus consecuencias serán drasticamente negativas para la
población, necesitan cubrir ese futuro nefasto con almibaradas
opiniones de sus socios mediáticos, para convencer a las mayorías
con mascaradas de futuros irreales.
Vienen
por todo, incluso por nuestra libertad de opinión. Se cae
definitivamente la careta que ocultaba, tras una sonrisa de ocasión,
el gesto diabólico de las fauces bestiales de un sistema destinado a
terminar hasta con el mínimo atisbo de oposición real, aunque solo
sea en lo mediático.
Ahora
comienzan, con el uso de su billetera inacabable, a comprar las
voluntades de los dueños de los pocos medios que no les son fieles.
Lentamente van despejando su camino hacia el absolutismo, apagando
las voces representativas de un amplio sector de la ciudadanía, que
quedará mediáticamente inerme frente a las atrocidades de un Poder
que todo lo puede.
¡“Mía,
mía, mía”!, seguirá gritando por lo bajo el poderoso de turno.
Seguro que muchos no sienten que les vulneran sus derechos, por el
odio irracional hacia quienes solo opinan diferente. Pero, más
temprano que tarde, se darán cuenta que, al igual que aquel famoso
poema alemán, cuando vengan por ellos, ya no quedará nadie que
pueda decir nada.
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