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Allá
por el siglo diecisiete, Miguel de Cervantes publicó la que sería
su obra más famosa, la que lo eternizaría en la consideración de
todas las generaciones subsiguientes, convirtiéndolo en símbolo de
la lengua española. El “Manco de Lepanto” supo elaborar una
novela que nos traduce, no solo las características de la época
sino que, fundamentalmente, ahonda en consideraciones sobre las
relaciones de poder, las ambiciones y debilidades humanas y el valor
de las utopías como motor de la sociedad.
Sus
disparatadas andanzas, sin embargo, no logran igualar las novelescas
aventuras elaboradas por nuestros actuales gobernantes y sus lacayos
judiciales sobre el ya delirante “Caso Nisman”. Estos verdaderos
“artistas” de la mentira elevada al rango de literatura audaz,
logran imponer teorías fabulosas sobre la muerte de ese fiscal, cuya
propia vida serviría ya de base para otra “cervantina” parodia.
Sobre
bases vacías de contenido probatorio, han elaborado, ahora con la
ayuda de la desprestigiada gendarmería, unas andanzas de asesinos
volátiles que caminan pero no dejan huellas, que tocan pero no
producen marcas, que entran y salen de habitaciones sin abrir ni
puertas ni ventanas.
Los
personajes de esta novela de ciencia ficción, cuentan con una
logística tan audaz como escasa de recursos, ya que no tienen mejor
idea que utilizar una vieja arma solicitada por el mismo supuesto
asesinado. Esto, después de haber venido de Irán y ser entrenados
en Venezuela por instructores cubanos. El “eje del mal” en toda
su dimensión... delirante.
Agujero
de bala que se corre de atrás para delante (o viceversa), sangre que
salpica pero no mancha a los asesinos, superficies limpias de huellas
de todos, menos del muerto y su ayudante, completan el cuadro
dantesco de esta dramática comedia, fantasía elucubrada por mentes
enfermas de desprecio hacia nuestra inteligencia.
Hay
que reconocer la habilidad de estos escritores, muy superiores a
Cervantes, capaces de introducir en las psiquis de muchos ciudadanos,
dudas sobre lo indudable y certezas sobre lo imposible. Tenemos que
rendirnos ante la evidencia de su capacidad de destrucción de la
realidad, imponiendo verdades fabricadas para la ocasión. Y
aceptadas por una sociedad que solo ve lo que sus odios inventados le
dejan ver, solo para terminar impulsando la mano de su verdugo.
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