Imagen "Univisión" |
Un
huracán, sin precedentes en su magnitud, está arrasando el Caribe.
La fuerza de la naturaleza, expresada en su máxima dimensión, no
encuentra resistencia posible por parte de los habitantes de esas
islas paradisíacas, donde pareciera que nunca se podría ser
infeliz. Pero ahí están esos vientos, tan veloces como un Fórmula
Uno, para recordarnos a los humanos que solo somos una parte de un
todo que no nos pertenece en forma absoluta y al que, con
irreverencia y desprecio, se le polucionan sus entrañas y su
atmósfera hasta generar estas reacciones incontrolables de la Madre
Tierra.
Causa
fundante de estos desastres ambientales es la codicia insaciable de
los dueños del Mundo económico y financiero. Anteponiendo sus
intereses a los del resto de la humanidad, han ido generando, a lo
largo de la historia, una fantasía consumista irreverente con la
naturaleza. A través de sus medios de comunicación, han convencido
de necesidades que no son tales y de futuros que nunca llegarán.
Los
pueblos del Mundo adhieren a las quimeras almibaradas de vidas que
nunca vivirán, mientras observan en las pantallas las de quienes sí
gozan de los privilegios que soñarán como propios, al tiempo que
colaboran en la ruina del suelo que habitan y el aire que respiran.
Es a
costa de las vidas de esos millones de desarrapados ilusionados que
se construye la paradoja destructiva de un progreso que genera
retrocesos periódicos, sistemática forma de mantenernos siempre en
el mismo sitio de degradación y miseria.
Claro
que no son necesarios los huracanes para arrasar con lo construído.
Basta con la decisión de algunos pocos poderosos y el acompañamiento
de lacayos sin escrúpulos ni ideologías. Argentina lo sabe. Su
historía está atravesada por cataclismos económicos que no han
dejado nada en pie. Sus habitantes han sentido, repetidamente, el
soplo incontrolable de los vientos del empobrecimiento y la
exclusión.
Tal
como con los huracanes del Caribe, se suceden unas tras otras estas
tragedias, en las temporadas en que determinadas fuerzas se apoderan
de las instituciones. A la misma velocidad que aquellos, se harán de
todo lo que puedan, dejando para un interminable después, el pago
que las mayorías perdedoras habrán de saldar con esfuerzos que,
absurdamente, solo servirán para preparar el camino del siguiente
vendaval.
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