Hace
mucho tiempo ya que el ambiente de la política ha sido contaminado
con el virus letal de la politiquería. Esa nefasta forma de actuar
de los inescrupulosos que desean conquistar poder sin observar las
más mínimas normas éticas, ha ido perforando las virtudes propias
de esa noble actividad que atraviesa todas las acciones humanas.
No
son simples advenedizos eventuales quienes actúan así. En realidad,
esta particular forma de acceder a la actividad política se ha
transformado ahora en un estudiado método, mediante el cual los
poderes fácticos predominantes impulsan a figuras que les puedan ser
útiles para incrementar sus influencias y dominar con mayor
seguridad las voluntades de los individuos.
Muchos
de estos personajes politiqueros no son extraños al mundo de la
política. Por el contrario, esta sucia tarea embaucadora de los
ciudadanos, se les suele encomendar justamente a algunos destacados y
reconocidos miembros de esta actividad que, con más egoismo que
lealtad a sus presumidas convicciones, y del sector ideológico que
sea, se alquilan al Poder por las sucias monedas de la traición para
convencer a las mayorías.
Instalados
en los ámbitos institucionales, se sabrán rodear de inútiles que
no puedan ensombrecer sus histriónicas virtudes para el engaño,
asumiendo actitudes de soberbia que, paradójicamente, no ahuyentarán
a sus votantes, por esa extraña condición humana de admiración a
quienes manifiestan poder, aún cuando sea en función de sus propias
desgracias.
Acostumbrados
a las dádivas, habrán de utilizar esos beneficios para comprar
otras voluntades que aseguren sus continuidades miserables en las
esferas más altas posibles de las corporaciones estatales. Esa
cadena de verdaderas corrupciones invisibles, no serán nunca
expuestas por los mendaces medios de comunicación, que forman parte
del sistema que el Poder ha dispuesto para sus infinitas pretensiones
hegemónicas.
La
profundización de las medidas antipopulares que estos
politiqueros ayudan a construir y su secuela de sufrimientos y
postergaciones de las mayorías, no podrá ser frenada sino por la
misma sociedad, empoderando a sus auténticos y leales
representantes, políticos de verdad, capaces de derrotar con la fuerza de las tan
menospreciadas convicciones, a estos miserables ladrones de la
voluntad y la esperanza.
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