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A
pesar de ser sinónimos, ver y mirar no son lo mismo. Se puede mirar
sin ver y se puede ver sin mirar. Esto último forma parte, mas bien,
de eso que llamamos convencionalmente “intuición”. Así, podemos
estar frente a hechos que miramos, pero no alcanzamos a ver, que es
como decir que no comprendemos. O, por el contrario, estar inmersos
en una realidad que vemos con claridad, aunque ésta se nos muestre
distorsionada u oscurecida.
En
cada momento histórico, la percepción de la población se divide
con claridad entre quienes solo miran y aquellos que alcanzan a ver
la realidad de la que forman parte. Por estos tiempos de prevalencia
de miradas mediatizadas, tamizadas por el ojo rector del Poder, la
mayoría de los ciudadanos están influídos de tal forma, que
aceptan no ver el significado de lo que sucede a su alrededor, tal
vez para no aceptar lo que inexorablemente sobrevendrá.
Trabajando
sobre el inconsciente a través de esta extraordinaria herramienta
comunicacional, imponen visiones convenientes solo para sus intereses
de dominación, pero aceptadas por esas mayorías que están a la
búsqueda permanente de felicidades fáciles, basadas en arquetipos
también impuestos por los mismos medios hegemónicos.
Se
va conformando así, una sociedad altamente sensible a las
estrategias dominantes y despreciativas de las alternativas donde
prevalezcan los mejores valores éticos y morales. Éstos son dejados
de lado y reemplazados por un sistema de pensamiento “único”,
donde el egoismo es el rey y la salvación individual el camino hacia
lo que será un fracaso anunciado, pero no visto.
Ahora,
cuando se acerca una decisión trascendente en lo político, pero más
todavía en lo social y humano, como resultan las elecciones de medio
término, es cuando más se nota el poderío de quienes manejan a su
antojo el sistema de medios, en el que prácticamente ya no quedan
voces discordantes al Poder y sus gerentes gobernantes.
Otra
vez las miradas que no ven, otra vez los elefantes blancos pasando
por detrás nuestro, sin que sean vistos por la mayoría. De nuevo la
soledad de quienes intentamos comprender y comunicar lo que vemos con
claridad, sin otro resultado que el escarnio y la soberbia de los
embrutecidos. La ignorancia se enaltece con imágenes vacías y
palabras huecas. Y las miradas continúan sin ver, mientras los oidos
solo oyen, sin escuchar.
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