sábado, 23 de enero de 2021

EL ENIGMA DE LOS PRECIOS

Por Roberto Marra

Los aumentos de los precios de los alimentos ha resultado siempre un nudo muy difícil de desatar. Las razones por las cuales se dice generalizadamente que se producen, son elucubraciones poco conectadas con la realidad, un modo de evitar dar a conocer la verdad del discrecional modo en que los dueños del aparato productivo deciden los montos que debemos pagar por los comestibles. El aparato comunicacional provee mayor nivel de confusión, al convertirse en mero repetidor de frases hechas y buscar respaldo en supuestos “economistas” representantes de las “teorías” más obscenamente conectadas a los intereses de los productores oligopólicos que deciden, en definitiva, si podremos alimentarnos o nó.

Es así como tenemos que ver y escuchar esas falsas “investigaciones periodísticas”, que consisten en preguntarle a un carnicero a cuanto está el kilo de lomo o de asado, y asombrarse de las respuestas. Así de seguido, una tras otra pasan las opiniones vacías sobre un hecho que impide (literalmente) la vida de muchas personas o, al menos, las arroja a la incertidumbre de su continuidad. Llenan las pantallas con sus ridículos “informes especiales”, que ni informan ni tienen nada de especiales, como no sea la vulgaridad mayor o menor de los imbéciles “asombros” que manifiestan los conductores de esos programas.

Es redundante decir que la concentración del manejo de la producción, industrialización, distribución y venta de los alimentos en escasas manos, implica que las decisiones de esas pocas empresas serán las que nos obliguen a pagar cada vez más por sus productos. Las supuestas regulaciones que desde el Estado se puedan intentar aplicar, son salvajemente aplastadas por esa maquinaria feroz del “mercado” oligopólico, que sólo velan por lograr sus exportaciones masivas, dejando para el país las “sobras” que, sin importar que lo sean, nos cobrarán al valor internacional. Encapsulados en una burbuja de poder, se valen de mecanismos evasores de impuestos, fugas de capitales y otras maniobras elusivas de los deberes que debieran asumir como parte de una sociedad a la que le extraen hasta la última gota de sus sudores.

La pobreza, la miseria y el hambre, son “daños colaterales” para los propietarios de la alimentación. Las quejas, las protestas o las demandas, son simples e inútiles reflejos de una sociedad amaestrada por la mediática cómplice de tales falsificadores de la economía. Las declaraciones de los funcionarios (al margen de sus intenciones) no surten efecto alguno ante el poderío de estos eternos “ganadores” en la disputa social por una justicia distributiva a la que nadie parece saber encontrar el modo de alcanzarla.

Pretender ganarle la “guerra” de precios a los poderosos con simples “pedidos” de reducción de sus ganancias, es tiempo perdido, que abona únicamente el camino a la derrota, por efecto de la dimensión de sus manejos económicos y financieros. Vivimos un tiempo donde el temor parece ganar la batalla de las ideas y de la acción. El miedo a los dueños del poder alimentario y sus posibles reacciones ante cualquier medida de un Estado preocupado en defender los intereses mayoritarios de la población, impide tomar decisiones drásticas, terminantes, absolutas y que acaben con semejante oprobio mercantilista de la más elemental de las necesidades vitales: los alimentos.

A veces, cuando se menciona la palabra “revolución”, se pretende encapsularla en los términos en que el Poder ha intentado siempre estigmatizarla, donde se la relaciona con la muerte y la destrucción. Pero ser revolucionario depende de la acción que se quiera ejercer y que se corresponda con un determinado momento histórico al que se requiera modificar imperiosamente. Revolucionario sería, en el tema que nos ocupa, generar herramientas legislativas y jurídicas, decidir acciones ejecutivas y proceder a tomar decisiones que den paso a la aplicación de un modelo productivo, industrializador y distributivo alternativo a esta depredante forma de extraer el “jugo” de nuestra tierra, donde miles de pequeños productores, apoyados por el propio Estado, sean los nuevos actores de la producción de los alimentos básicos, sin la condición especulativa de los engreídos terratenientes y sus socios industriales. Y donde el abastecimiento de los alimentos se dé en forma directa o semi-directa, en función de eliminar el cáncer de la intermediación parasitaria, para que la totalidad de la población tenga asegurado el derecho a la alimentación.

Presentarle batalla a semejantes monstruos no será nunca tarea sencilla ni libre de procesos que intenten acabar con la experiencia. Pero no hacerlo, implica dejar el destino de nuestra sociedad en manos de la peor lacra que haya habitado este suelo. No intentar acabar con sus inmensos poderíos, de levantarle un muro ante sus repugnantes e ilimitadas exigencias de más y más ganancias a costa ¡del derecho a comer!, es señal de una incapacidad imposible de tolerar si se dice pertenecer a un gobierno nacional y popular. Es tiempo de encarar el futuro con algo más que voluntad, de hacer trizas el empeño feroz de los especuladores y renovar de verdad los procesos político-económicos, para garantizar el primer paso hacia la mayor de las justicias, la social.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario