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Cada
día, los medios nacionales e internacionales exponen a Venezuela
como una dictadura feroz y sangrienta. Recurren exclusivamente a las
fuentes de la “oposición” al gobierno chavista, ignorando
absolutamente cualquier opinión en contrario del gobierno o de
observadores con otra orientación ideológica. Asumen el rol que han
tenido siempre ante cada experiencia popular en todos los rincones
del Mundo, porque forman parte del Poder hegemónico que alimenta los
golpes y levantamientos contra todo tipo de gestión liberadora de la
justicia social.
Del
mismo modo en que aquí se acusa y dictamina sin otro trámite que la
exposición mediática de casos inexistentes con culpables
previamente sancionados, para los hechos políticos de otras naciones
también aplican sus juicios súper expeditivos, asegurando a la
audiencia lo que jamás investigaron ni nunca les importó hacerlo.
No
es la justicia, ni la libertad, ni los derechos humanos, ni la
pobreza, ni la falta de desarrollo lo que les hace actuar así. Es
justamente lo contrario. Es la posibilidad de que las decisiones de
los gobiernos dejen de ser dirigidas por quienes se han arrogado el
derecho místico de imponer sus voluntades supremas.
Peor
aún que las payasadas de los Lanata y compañía, provocadores a
sabiendas de los resultados de sus andanzas mendaces, son las
tibiezas de otros periodistas, aquellos de quienes esperamos el
compromiso que siempre tuvieron con la transmisión de la realidad.
Agudos
analistas recurren también a desarrollar teorias alejadas de la
defensa primaria de los Pueblos, más interesados en demostrar
capacidad intelectual propia que las realidades de estas experiencias
populares, que necesitan del apoyo ahora, antes que se las destruya
del todo en nombre de una libertad que será solo la de los poderosos
del Mundo para conquistar otra Nación más.
Si
cae el gobierno legítimo de Venezuela por impulso de esta ola
neoliberal y genocida, no será nada más que el fin de un gobierno.
Será el triunfo de la muerte, del odio irracional, de la ilegalidad
consagrada, del destino fatal de las utopías. Y será, también,
otro paso más en la degradante decadencia periodística, cómplice y
falaz herramienta para matar la esperanza de los Pueblos.
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