Se levantó como todos los días, bien temprano. Preparó el
mate, mordió con desgano un trozo de torta, un poco seca, que su mujer había
hecho hace dos días. Mientras sorbía con fuerza la bombilla, se asomó a ver
como dormían los hijos. Después encendió la radio, que repetía una u otra vez
las declaraciones de un juez sobre un nuevo procesamiento de funcionarios del
gobierno pasado. –Más de lo mismo-
pensó.
Mientras se afeitaba, se acordó que tenía que comprar el regalo de cumpleaños para la nena. Quería sorprenderla con la Tablet que tanto le había pedido, porque en la escuela ya le habían avisado que este año no le entregarían la compu del Igualdad. –La pago en 12 cuotas y listo, se dijo-. Terminó de vestirse, tomó su bolso, se enrolló el echarpe y salió a la calle. La niebla mojaba todo y le preocupó que su autito estuviera a la intemperie, pero el precio de la cochera había subido tanto, que tuvo que dejarlo frente a su casa. Estaba seguro que en el verano terminaría el techo en el jardín para guardarlo, aunque le preocupaba la cuota del Procrear con el que les hizo el dormitorio nuevo a las nenas. –Con el aguinaldo y alguna changa extra, me las rebusco- intuyó. Aunque lo usara solo para los fines de semana y para ir a ver a sus suegros, era su sueño y no quería perderlo. Llegó a la parada del colectivo y esperó largo tiempo, como siempre. La calle estaba desierta y solo un patrullero pasó, azulando todo con sus luces, mientras los policías lo miraban con recelo. Se subió al bondi y marcó la tarjeta. Ahí se dio cuenta que ese día aumentaba el boleto. Cuando se bajó, ya estaba aclarando el cielo. Se cruzó con un compañero y caminaron juntos hasta la fábrica. En el portón de acceso, estaban todos. -¿Por qué no entran?- preguntó. –Mirá- le dijo un compañero, mientras le señalaba un cartelito escrito a mano, medio borroneado por la humedad, pegado en el vidrio de la casilla de guardia. “A partir de hoy, la Empresa cierra sus actividades. La Administración”. No entendió nada. Nadie entendía. -Si hasta ayer estuvimos laburando a destajo, ¿cómo puede ser?- preguntó sin encontrar otra respuesta que las caras abatidas de sus compañeros. Golpeaban inútilmente la casilla del guardia, que miraba desde adentro sin expresión alguna. Alguien intentó llamar por el celular al gerente, pero nadie contestaba. El delegado se subió a la reja y desde allí arengó con necesidades de luchas y de no abandonar y tantas otras palabras que le sonaron gastadas. Nunca había sido afecto a las batallas gremiales. Entonces, como un carrusel, comenzaron a girar en su cabeza la Tablet para la nena, el techito para el auto, la cuota del Procrear, el boleto del colectivo y tantas otras cosas que le faltaba hacer por su familia. Miró a sus compañeros, las manos en los bolsillos, la vista hacia el suelo, con la impotencia de no encontrar respuestas. Y gritó sus preguntas al cielo encapotado, que como toda contestación le mojaba la cara disimulando las lágrimas que ya no podía contener. Le pareció que alguien le estaba apretando el pecho con una fuerza inusitada, inmensa, que lo tiró al suelo. Como luchando contra un monstruo invisible, sosteniendo con fuerza el bolso de la merienda, se sacudió por postrera vez en el asfalto sucio repitiendo, hasta exhalar el último suspiro: -la Tablet para la nena-, -la Tablet para la nena-…
Mientras se afeitaba, se acordó que tenía que comprar el regalo de cumpleaños para la nena. Quería sorprenderla con la Tablet que tanto le había pedido, porque en la escuela ya le habían avisado que este año no le entregarían la compu del Igualdad. –La pago en 12 cuotas y listo, se dijo-. Terminó de vestirse, tomó su bolso, se enrolló el echarpe y salió a la calle. La niebla mojaba todo y le preocupó que su autito estuviera a la intemperie, pero el precio de la cochera había subido tanto, que tuvo que dejarlo frente a su casa. Estaba seguro que en el verano terminaría el techo en el jardín para guardarlo, aunque le preocupaba la cuota del Procrear con el que les hizo el dormitorio nuevo a las nenas. –Con el aguinaldo y alguna changa extra, me las rebusco- intuyó. Aunque lo usara solo para los fines de semana y para ir a ver a sus suegros, era su sueño y no quería perderlo. Llegó a la parada del colectivo y esperó largo tiempo, como siempre. La calle estaba desierta y solo un patrullero pasó, azulando todo con sus luces, mientras los policías lo miraban con recelo. Se subió al bondi y marcó la tarjeta. Ahí se dio cuenta que ese día aumentaba el boleto. Cuando se bajó, ya estaba aclarando el cielo. Se cruzó con un compañero y caminaron juntos hasta la fábrica. En el portón de acceso, estaban todos. -¿Por qué no entran?- preguntó. –Mirá- le dijo un compañero, mientras le señalaba un cartelito escrito a mano, medio borroneado por la humedad, pegado en el vidrio de la casilla de guardia. “A partir de hoy, la Empresa cierra sus actividades. La Administración”. No entendió nada. Nadie entendía. -Si hasta ayer estuvimos laburando a destajo, ¿cómo puede ser?- preguntó sin encontrar otra respuesta que las caras abatidas de sus compañeros. Golpeaban inútilmente la casilla del guardia, que miraba desde adentro sin expresión alguna. Alguien intentó llamar por el celular al gerente, pero nadie contestaba. El delegado se subió a la reja y desde allí arengó con necesidades de luchas y de no abandonar y tantas otras palabras que le sonaron gastadas. Nunca había sido afecto a las batallas gremiales. Entonces, como un carrusel, comenzaron a girar en su cabeza la Tablet para la nena, el techito para el auto, la cuota del Procrear, el boleto del colectivo y tantas otras cosas que le faltaba hacer por su familia. Miró a sus compañeros, las manos en los bolsillos, la vista hacia el suelo, con la impotencia de no encontrar respuestas. Y gritó sus preguntas al cielo encapotado, que como toda contestación le mojaba la cara disimulando las lágrimas que ya no podía contener. Le pareció que alguien le estaba apretando el pecho con una fuerza inusitada, inmensa, que lo tiró al suelo. Como luchando contra un monstruo invisible, sosteniendo con fuerza el bolso de la merienda, se sacudió por postrera vez en el asfalto sucio repitiendo, hasta exhalar el último suspiro: -la Tablet para la nena-, -la Tablet para la nena-…
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