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El
teatro es una de las más antiguas formas de expresión de la cultura
de los pueblos. Surge, en principio, como ceremonias de culto a los
dioses, con dramatizaciones que expresaban la espiritualidad
colectiva de entonces. El carácter de manifestación sagrada es la
base del surgimiento del teatro en todas las latitudes.
Sin
embargo, aquí, en nuestro País, algunos autoencumbrados miembros
del Poder Legislativo Nacional, han desarrollado un nuevo concepto
para ese bello y tradicional modo de manifestación cultural, muy
alejado de ese noble orígen espiritual.
Con
libretos escritos en las oficinas de los medios dominantes,
asesorados por un ridículo personaje que la va de erudito en engaños
y mentiras, se presentan cada día en el escenario parlamentario para
desarrollar actuaciones que envidiarían Mastroiani y Gassman.
Gritos,
llantos, salidas y entradas de escena inesperadas, largas arengas
planfetarias y miradas amenazantes, forman parte del arsenal
histriónico de estos bufones de la política, a la que transforman
en despreciable, por efecto de sus delirantes personificaciones.
Pero
lo importante no está en lo que se muestra, sino en los objetivos
ocultos tras esa pátina de miseria actoral. Los medios son los
encargados de elaborar el caldo perverso de mendacidades que nos
hacen tragar cada día, repitiendo una y otra vez las comedias
legislativas, mientras el Poder Real camina sin obstáculos hacia el
menoscabo de todos los derechos, el dominio absoluto de la economía
y la exclusión de millones de ciudadanos.
Despidos
masivos, aumentos tarifarios, destrucción de la industria nacional,
desaparición de las producciones regionales, endeudamiento sin
límites ni objetivos productivos, conforman ese cóctel de miserias
que han preparado para emborracharnos de dolor y falsedades.
Niñez
sin alimentos, adultos sin trabajo, salud menoscabada, educación sin
futuro, vejez sin remedios, son y serán los resultados de estas
asqueantes dramatizaciones legislativas que, lejos del carácter
sagrado del originario teatro, solo servirán para encumbrar en el
proscenio a los autores de un guión que terminarán aplaudidos por
sus propias victimas.
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