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La palabra “traidor” proviene del latín “traditor”, que
significa “que entrega”. Por fuera de lo deleznable que resulta la deslealtad,
la doble cara, la falsedad de los actos y las palabras, cuando se trata de
relaciones interpersonales, hay una instancia que resulta agravante, y es
cuando se trata de la traición a los representados por parte de quienes han
asumido funciones públicas en nombre de esas personas. Allí, lo que se está
entregando es la confianza y la esperanza de millones de personas, que las
otorgan en nombre de sus sueños más trascendentes.
La vacuidad de los dichos previos a ser electos se descubre
cuando ya es demasiado tarde. El engaño estallará frente a nosotros y pocas son
las armas legales que se tendrán para corregir tamaña afrenta al sentido de la
dignidad avasallada. No alcanzarán las broncas y gritos destemplados, porque el
traidor es inmune a sus efectos. Carece de la moral necesaria para sufrir por
las acusaciones que se les hagan.
Claro que las traiciones pueden ser encubiertas mediante
artimañas discursivas mediáticas, elaborando mensajes repetidos de
culpabilidades ajenas para salvar el pellejo de estos ingratos, que pasarán así
de villanos a héroes en cuestión de segundos televisivos, a través de falacias
preparadas por las usinas de pensamiento de los verdaderos “padres” de los
traidores: los perpetuos señores del Poder.
Los traicionados dirigirán entonces todos sus revanchismos
hacia los supuestos “judas” señalados por los verdaderos traidores. Gracias a
la perversa habilidad de los entreguistas reales, intentarán destruir honras y
vidas de quienes fueron elegidos como alternativa para los golpes de la
sociedad, que aprovechará para lavar sus propias responsabilidades a través de
la destrucción de figuras públicas
opuestas a los designios de los grupos de poder dominantes.
El problema de esta enfermedad social de la traición, es que
su origen deviene de la condición humana misma. Forma parte de la construcción
milenaria de nuestra psiquis, alimentada por historias atravesadas por
circunstancias que ofician de zancadillas morales, las cuales no todos pueden
salvar, aun cuando lo deseen.
Por estos tiempos de traidores con sonrisas delatoras, de
infieles con discursos amañados, de falsos personajes construidos con el solo
propósito de destruir al enemigo ideológico, de temblorosos representantes del
odio irracional puestos en la escena mediática para fungir de candidatos
serios, valdrá la pena y el esfuerzo de utilizar la memoria, reservorio último
de nuestra conciencia, para aprisionar en un rincón profundo de ella, a estos
merecidos habitantes del noveno círculo del Infierno del Dante.
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