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Hay una costumbre generalizada entre los funcionarios que actúan
en áreas vinculadas a los adultos mayores, a quienes llaman con el falsamente
cariñoso término de: “abuelos”. A partir de allí, comienzan las conocidas
peroratas sobre lo mucho que lamentan las condiciones que padece este sector
etario de la sociedad, para lo cual no tienen mejores ideas que… quitarles los
pocos derechos que todavía conservan.
Repiten descaradamente consignas de campañas tramposas e
ignoran las realidades miserables en las que sumergen a los viejos con sus “ajustes”,
hechos a la medida de lo que los dueños del Mundo les soliciten. Para continuar
en el camino al sumidero social al que nos empujan, destruyen uno a uno los
avances logrados a fuerza de décadas de luchas de los trabajadores, que ven
ahora un porvenir jubilatorio sin júbilo alguno, más bien como un recodo de la
ruta de la vida hacia una muerte cada vez más temprana.
Al asco visceral que produce ver y escuchar a semejantes estafadores
morales ejerciendo el falso papel de dolientes y preocupados por los “abuelos”,
se agrega la función payasesca de la cohorte de inútiles asumidos como
representantes del Pueblo en el Congreso (con las valorables salvedades del
caso), que miran la realidad pero no la ven o, lo que es peor, la ignoran a
sabiendas, con tal de conservar sus mezquinos beneficios personales.
Los desfiles televisivos de estos funcionarios ineptos y
procaces se multiplican para explicar las supuestas próximas medidas protectoras,
que los compungidos conductores solicitarán entre lágrimas de cocodrilo por los
padecimientos de quienes no les interesa más que el rating que les puedan dar.
Nunca faltarán allí las presencias de anteriores
funcionarios que sí cumplían con sus deberes, invitados para señalarlos como
culpables de todos los males actuales, sin permitirles más que balbuceos de sus
defensas, antes de defenestrarlos con los altisonantes discursos moralistas de
los perversos genocidas al comando de los sistemas de la ya casi inexistente
protección social.
Habrán de ser los propios viejos quienes puedan hacernos
emerger de este laberinto de dolores, que destruye sin piedad sus corazones
gastados. Estamos obligados a ser, junto a ellos, los únicos posibles reconstructores
de los sueños que quisieron legarnos, para no terminar como lo desean los soberbios
inútiles con poder: infecundos abuelos de la nada.
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