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A pesar de estar claramente establecido que nadie es
culpable hasta que se lo pruebe en un juicio con absoluta garantía de defensa,
los tribunales mediáticos se han convertido en expeditivos juzgados que
realizan la acusación, aportan sus pruebas sin escuchar ni ver otras que
pudiesen ir en sentido contrario, emiten sus veredictos y dictan sentencias.
Después que todo eso suceda, además, perseguirán a los
fiscales y jueces hasta lograr sus adhesiones a lo emitido por la “superior
sala mediática de in-justicia”. Si no lo hacen, ya sabrán los encumbrados
“peridistoides”, como extorsionar con revelar antiguas faltas (reales o no) en
sus carreras judiciales, para acallar toda posibilidad de discordia con la
sentencia televisiva.
Cuentan, también contrariando las leyes, con la posibilidad
de realizar el mismo juicio centenares de veces, con sus permanentes
repeticiones en otros tantos medios. Con semejante efecto multiplicador, será
muy dificultoso lograr que la población llegue a dudar de lo que se ha
sentenciado por las pantallas. Todos y todas asumirán como propias esas
verdades elucubradas por los imitadores de jueces sin títulos ni togas, pero
con mucho más poder.
Convencidos de semejantes resultados, los obnubilados mediatizados señalarán las culpas
de culpables que no saben si lo son, porque jamás pudieron demostrarse, pero a
las que creen que vale la pena adherir, para sentirse parte de un colectivo de
odiadores vanos, reducto final de sus conciencias abatidas por los poderosos,
que les han arrancado hasta sus propias sensateces.
A no pensar que esto solo vale para sus perseguidos
políticos. En todos los casos judicializables, estarán los medios emitiendo
veredictos tempranos, basados en ridículas investigaciones de payasos
trasvestidos de periodistas serios y abogados farandulescos que intentan
remedar a los conocidos personajes de series norteamericanas.
No faltarán nunca las sesudas reflexiones de supuestos
profesionales, que certificarán lo imposible de aseverar sin haber tenido el
mínimo contacto con expedientes o personas involucradas en los supuestos
delitos que, sin pudor, presentan como seguros. Cerrarán el círculo obsceno del
convencimiento mayoritario sobre lo que no se sabe su real existencia.
Ante semejante injuria a la verdad, lo mejor será recordar
una frase del gran Francisco de Quevedo, aquel escritor del Siglo de Oro
Español, cuando dijo: “Donde hay poca
justicia, es un peligro tener razón”.
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