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El capitalismo, sistema que tiene la costumbre de
transformar todo en mercancía, ha logrado establecer como lógico y razonable
que la más elemental de las sustancias necesaria para la vida, el agua, tenga
que tener un precio para poder ser utilizada. Se habla de precio y no de costo,
que sí lo tiene, por los necesarios trabajos que deben realizarse para
abastecer las actuales formas de vida urbana.
Sin embargo, esa simple conjunción molecular de hidrógeno y
oxígeno, que ocupa las tres cuartas partes del Planeta y que, en proporciones
similares, forma parte de los seres vivos, se ha transformado en un botín más
que deseado por los voraces dueños del Mundo, que han visto el poder que les
otorga la posesión de esos yacimientos y el manejo de su distribución.
Acoplados a ese paradigma mercantilista del agua, la mayoría
de los gobiernos del Mundo ceden ante las presiones de los grandes grupos
económicos que intentan apoderarse de los acuíferos y, mucho más fácilmente
todavía, de los sistemas de abastecimiento a las poblaciones urbanas.
Detrás de los criterios que se adopten para abastecer de
agua a la población, se pueden vislumbrar los objetivos sociales que se tienen.
O que no se tienen. Porque el agua es básica para la salud, y un verdadero
sistema sanitario preventivo debe incluir, con tajante decisión, la provisión
de agua potable y su posterior eliminación segura.
Pero esos sistemas sanitarios no pueden basarse solo en la
capacidad económica de los pobladores, porque así, decenas de miles de familias
no podrán acceder jamás a beneficios que, indispensablemente, deben ser
universales. Contradiciendo estos conceptos tan elementales, los subsidios, que
posibilitaban el acceso a ese servicio imprescindible, han sido satanizados por
los actuales “ministros-gerentes”, que solo actúan en base a la obtención de
mayores ganancias de las empresas a las que, en realidad, representan.
Con aumentos exorbitantes, con subsidios desaparecidos y abandonados
a su suerte, los marginados del agua se sumarán a los miles de millones que en
el Mundo padecen la falta de uno de los derechos humanos más básicos. Son y serán
parias en un territorio colmado de riqueza acuífera, con uno de los ríos más
caudalosos del Mundo que lo atraviesa, al que solo podrán mirar de lejos. Tan
lejos como se lo impongan las ambiciones de los crueles fabricantes de la miseria
y de la muerte.
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