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¿Todos somos iguales ante la Ley? ¿Todos tenemos acceso a
los mismos derechos fundamentales consagrados por la Constitución? ¿Todos
accedemos al agua y la alimentación por igual? ¿Todos podemos educarnos igual? ¿Todos disfrutamos de la misma atención a la
salud? ¿Todos podemos tener un trabajo digno?
¿Todos podemos poseer una vivienda y un hábitat decentes?
Cuando se habla de derechos, las más de las veces se
expresan solo deseos. O, a lo sumo, referencias a documentos institucionales
que pretenden erigirse en normas, pero que simplemente alcanzan el nivel de articulación
de buenas intenciones.
Pocas veces, a lo largo de nuestra historia, se han vivido
períodos donde se hayan intentado consagrar y efectivizar los derechos más
básicos, tratando de alcanzar a toda la población. Esos momentos históricos, a
pesar de constituirse en enormes avances sociales, sustentados por desarrollos
económicos virtuosos, con proyección sostenible (y mejorable) en el largo
plazo, fueron atacados y destruidos de inmediato por quienes no admiten la
existencia de la igualdad de posibilidades, temerosos de perder sus
privilegios.
Hoy día, en esta nueva marea conservadora que nos invade, mucha
población no lo ve así, envuelta en la corta frazada neoliberal. Mucho antes de
imaginarlo siquiera, regresarán a sus viejos padecimientos, arrasados por la
maquinaria de una economía dedicada solo al endeudamiento ilimitado y la
evasión financiera improductiva.
Mientras tanto, acompaña con gusto la supuesta fiesta de
falsa renovación, acicateada por la verba grotesca de personajes espurios de un
periodismo que ya no lo es. Embelesados, aceptan las promesas vacías de los
poderosos, que les piden ayuda para seguir engordando sus fortunas, mientras esta
clase, que ya bajó de la media, siguen gritando improperios contra quienes le
permitieron llegar a serlo.
Siempre puede haber algo peor, y es la sumisión degradante
de supuestos representantes del Pueblo, a los nuevos ocupantes de la Rosada,
agarrándose a la telaraña del poder que les asegura cargos y… algo más. Por
esas ruindades abandonaron a sus mandantes y se sumergieron en la cloaca de la
politiquería prebendaria.
Los derechos siguen ahí, esperando que el Pueblo se anime a
ejercerlos. Pero hará falta volver a pensar en plural, recordando la felicidad
de la construcción colectiva y solidaria de una sociedad que ya existió, pero
que no se supo sostener. Hará falta sentir el dolor de los otros como propios,
única manera de volver a ser humanos y tener derecho a los derechos perdidos.
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