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De dudas y certezas está sembrado el camino de la vida. Esto
también sucede con la política, ámbito donde se multiplican, por las
características propias de esa actividad humana tan compleja. Cada idea, objetivo
o necesidades planteadas, y cada proyecto diseñado para responder a ellos,
despiertan vacilaciones y seguridades por igual, derivados de la índole y las
dimensiones de las afectaciones que pueden alcanzar esos procesos propuestos y
de las convicciones que las alimentan.
Dudar es una virtud, en tanto se limite al tiempo de
investigar hasta encontrar respuestas certeras. Cuando se hacen permanentes,
sin importar que los hechos se demuestren con evidencias claras, se convierte
en una obsesión por sentirse diferente, fomentando un egoísmo que lleva al
aislamiento y la inacción.
Por el otro extremo, tener certidumbres absolutas sobre
todo, fanatizarse en la defensa de certezas no verificadas, conduce a seguras
derrotas de los objetivos que se hayan propuesto alcanzar. Exaltados por
convicciones nunca confrontadas con realidades históricas y presentes, se
marchará sin escuchar las advertencias ni ver la realidad.
Al observar el accionar político-partidario argentino, se
pude deducir fácilmente que las dudas (permanentes) solo se manifiestan sobre
las posiciones ajenas, mientras las certezas (también permanentes) brillan para
con las propias. Mucho más ocupados en demostrar miserias de los adversarios,
no dudan (paradojalmente) en asegurar maldades incomprobables y corrupciones
sin evidencia alguna.
En esos casos, lo más probable es que las dudas no sean
ciertas, al igual que las certezas. Se trata, en realidad, de estrategias
perversas para asegurar el dominio de las voluntades mayoritarias, con el
insano propósito de profundizar el poder de quienes ya lo ejercen desde hace
demasiado tiempo.
Es un juego demoníaco de envenenamiento espiritual y
desprecio absoluto por la verdad, donde los medios son el ámbito preferido para
dar rienda suelta a sus macabros planes de generar dudas y certezas. La
recreación teatralizada de la realidad, con actores que calumnian a sus
enemigos ideológicos y exaltan a sus mandantes, termina por convertir las
pequeñas dudas en imbatibles certezas, y viceversa. Así habrán cerrado, junto a
los dudosos egoístas y los fanáticos de certidumbres jamás comprobadas, el
vicioso y fatal círculo del inmovilismo político.
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