Según fuentes bien informadas, Don Perogrullo parece no querer saber más nada de manifestar sus certezas irrefutables sobre lo que sucede en Argentina, debido al escaso o nulo interés de la población, mucho más atenta a las “verdades” televisivas, o a los mensajes de los trolls de las redes, o los comentarios del (in)vocero presidencial, o los dichos “reflexivos” de la longeva “diva” de los almuerzos. Nada que no salga de boca de los comunicadores “estrellas”, podrá ser tomado en cuenta por la apabullante mayoría de la ciudadanía, inmersa en una cacerola donde se cocina, a fuego fuerte, su propia existencia.
Perogrullo era un tipo bien visto, antes de la irrupción de los medios que fueron hegemonizando el espectro comunicacional completo. Se atendían sus verdades de a puño, porque no fallaban nunca. Se comprendían sus fáciles relaciones con la realidad vivida, con la historia refrendada por sus consecuencias, con el vínculo “matemático” entre expresión y verdad. Pero eso se terminó, gracias a la construcción de una cultura tan efectiva como perversa, donde el centro de todo es el interes de quien emite, y el último en importancia es el receptor, convertido en mero pasante de una vida que no vive, un espacio-tiempo que no comprende, ni atiende.
A pesar de la evidencia, macabramente manifestada con los resultados sociales a la vista de quien esté dispuesto a verlos, se conduce a la sociedad hacia el corral de la falsedades, se la empuja hacia la abstracción absoluta, a la negación de los otros como iguales, poniendo por sobre todo ello el supuesto “futuro próspero” derivado de la aplicación de ideas que atrasan doscientos años. Pero nada ni nadie parece poder contra semejante poderío del ejército de “influencers” paridos por la maquinaria del terror disfrazada de abuelita buena.
Algunos políticos, bien intencionados, descreen de la importancia comunicacional de las ideas, o la relativizan, dando paso a otro modo de negación de la verdad, aún cuando se la pretenda defender. Se analizan las acciones posibles para contrarrestar a semejante monstruo, sin considerar la base trascendente de la formación cultural como paso previo a la aceptación del verdugo, como amigo. Y así se van dejando jirones de la vieja cultura nacional y popular por el camino de la rendición disimulada al Poder Real, bajando cada vez más las banderas que antes se alzaban orgullosas en defensa de la doctrina más humana que nos supo conducir a estadíos de felicidades populares, ahora anuladas.
Diatribas, negaciones, desprecios, insultos, degradaciones, inmoralidades lanzadas a cada minuto por el eter que nos malforma y nos empuja contra el paredón donde nos terminarán fusilando con el hambre y la miseria como balas. Es imprescindible volver a escuchar a Perogrullo, para buscar en sus definiciones la raíz de nuestros desvíos y las más probables fuentes para nuestro retorno al conocimiento de la realidad que nos roban cada día.
Pero más importante todavía es que, quienes todavía resistimos el bombardeo mediatizado de las “fake news” (anglicismo que indica con prístina claridad sus orígenes imperiales), seamos capaces de manifestar algo más que rebeliones verbales o densos mensajes de rechazo a semejante oprobio. El tiempo es nuestro enemigo más mortal, y nos desafía al coraje de elevar nuestra puntería doctrinaria, a desafiar al enemigo con las mismas armas con las que nos trajeron al olvido de la razón de los buenos tiempos. El hambre no espera. La miseria nos tapa de dolores y desesperaciones. La pérdida de soberanía nos atrasa hasta el punto de ceder lo que nunca imaginábamos posible.
Recuperarla, reconstruir el andamiaje que haga factible su plena vigencia, requiere de algo más que voluntad o discursos que intenten complacer a todos. Habrá nuevos vencidos en esta próxima lucha, y no tendrá que ser el Pueblo, de nuevo, el convidado de piedra en la mesa de la victoria final. Eso también deberá convertirse en una verdad de Perogrullo.
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