lunes, 26 de junio de 2017

LA DECADENCIA DE LOS DOGMÁTICOS

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Por Roberto Marra

Las definiciones tajantes, tenidas como irrefutables, absolutas e inmodificables, forman parte de las posiciones esgrimidas por algunos partidarios de determinados movimientos políticos, respecto a expresiones que sus fundadores hayan tenido en sus orígenes. Cuando los creadores de esas ideas ya no están para redefinirlas (y, tal vez, modificarlas), aparece el dogma, rígido e intransigente, imperativo y autoritario, utilizado por sus seguidores para intentar conservar, en apariencia, los fundamentos que los sostienen.
Entonces se desatan los ataques difamatorios hacia quienes, abrevando en las mismas fuentes ideológicas o filosóficas, pretenden reconstruir esos pensamientos originarios para adaptarlos a las circunstancias históricas, políticas y sociales que atraviese el presente. Ante eso, los pretendidos propietarios de aquellas ideas primitivas, extenderán sus intolerancias y sectarismos hasta los límites del fanatismo.

Para manifestar su pretendida superioridad y pureza filosófica, sus mensajes se basarán en permanentes citas textuales de discursos o escritos de sus líderes. Basados en ellos, intentarán demostrar supuestas oposiciones ideológicas de quienes intenten interpretar con mayor amplitud esos conceptos originales.
Será fácil para los dogmáticos dominar la escena, porque contarán, indefectiblemente, con la ayuda de los reales opositores a sus ideas, quienes desean la desaparición de la proyección al presente de las profundas convicciones de los líderes populares de otros tiempos, sobre todo cuando significan la segura afectación a sus intereses de dominación económica y social.
Al convertir los pensamientos en puras estatuas, estarán matando la riqueza esencial de toda idea, que es la posibilidad de una relación dialéctica permanente con la realidad. Estarán tirando al cesto del olvido la historia de la concepción de las ideas originales, ahora transformadas en inútiles credos paganos.
Antes de darnos cuenta, los fanatizados defensores del dogma se mimetizarán con los enemigos de los pueblos, prefiriendo el furibundo ataque a sus adversarios internos, a desistir de sus rigideces ideológicas. Convertidos ahora en relatores de un pasado sin relación con el presente, acabarán como simples soldados del Poder que, en sus vanos intentos de consolidación de la desmemoria, no alcanza a ver que la eliminación de la historia es una tarea tan imposible, como impedir la evolución de las ideas.

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