Cuando se habla de justicia, se involucra la ética, la
equidad y la honestidad. Sin entrar en complejidades filosóficas, se podría
decir que la justicia es un concepto culturalmente instituido que implica la
promoción de comportamientos deseables, donde la distribución de responsabilidades
se corresponda con capacidades y necesidades, actuando todos de forma
transparente, con congruencia entre lo que se piensa, se dice y se hace.
A partir de esos conceptos, y a la luz de los dichos y
hechos producidos por los más altos funcionarios del ejecutivo nacional, junto
a las desbarrancadas jurídicas de algunos prominentes jueces y fiscales,
podemos concluir que esa definición en nada se corresponde con sus acciones,
mucho más cercanas a procederes mafiosos que a lo moralmente esperable de
semejantes niveles de poder político y judicial.
Las pruebas al canto, como se dice habitualmente: un
presidente que dice que hay que sacar a jueces porque no persiguen lo
suficiente a determinadas personas; o expulsar a una procuradora porque no
sirve al avance o freno de causas de su interés; o que expresa sin ruborizarse
que se deben encarcelar personas solo porque “mucha gente lo desea”.
Qué decir del lado del Poder Judicial, embarrado sin remedio
en el pantano persecutorio que les demanda, además del ejecutivo, los medios de
comunicación, a los cuales termina respondiendo sin tapujos, aceptando órdenes
que les dan ridículos personajes que fungen de periodistas, pero que no son otra
cosa que lobistas del Poder al que sirven.
Ya no nos resulta extraño ver a un presidente de la Corte
Suprema de Justicia ensimismado solo en mantener su propio espacio de poder. Ya
no parece insólito que un juez federal tenga solo un objetivo: crear causas
contra una persona específica, para lo cual trama cada día nuevas medidas,
extraídas del manual de la sinrazón, a pedido de los representantes del Poder
Real, al que siempre respondieron los jueces argentinos desde el siglo 19.
Hechos aberrantes como esos, terminan pareciendo “normales”,
a pesar de estar repletos de sospechas y
certezas de coacciones, destinadas todas a sostener las ruinosas y perversas políticas
económicas y sociales que padecemos. Nada de ética pueden tener sus ideas. Nada
de equidad generarán sus propuestas. Y la honestidad, tan mencionada en sus
patéticos discursos, solo es un sonido sordo y lejano, un simple reflejo de
virtudes que jamás tuvieron.
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