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En días de graves accidentes con luctuosos resultados, de
familias destrozadas y futuros arruinados, se repiten los conocidos discursos
de las supuestas “fatalidades”, de aparente imposible prevención. Otra vez las caras compungidas de los funcionarios,
expresando aparentes dolores por los sucesos, acompañados por relatos
truculentos de medios que solo ven el negocio de la muerte como atractivo para vender
mejor sus producciones. Al poco tiempo, todo se olvida, para seguir con otro
show más rentable.
Hay que decir que el sistema circulatorio de automotores es
tan obsoleto como las mentiras que encubren la inacción de quienes debieran
modificarlo. La circulación por simples calles rurales de no más de 7 u 8
metros de ancho no ha variado desde que naciera el sistema vial argentino,
salvo las excepciones de autopistas que unen grandes centros urbanos. Y aún éstas
se encuentran ya vetustas, en virtud del crecimiento del parque automotor y,
sobre todo, de la falta de los mantenimientos adecuados.
La ridícula pretensión esgrimida en los años ’90, asegurando
que las privatizaciones de las rutas traerían aparejadas sus renovaciones, a fuerza
de pagar peajes astronómicos para ver pintar rayas amarillas y poner casillas
de cobro, no cambió nada, salvo el aumento de las cuentas de los
concesionarios.
Pero no todo es cuestión de las rutas y el clima para que
sucedan incidentes mortales en las rutas. Es la falta de adecuación de los
conductores a las circunstancias y los medios lo que generan esos hechos, y no
solo el camino angosto, o la falta de iluminación, o la niebla, o la lluvia.
Creerse superior a las fuerzas de la física, desemboca en
negligencias suicidas (y homicidas). Pretender vencer al tiempo debiera ser la
primera condición para ser considerado incapaz de transitar sobre un vehículo.
Anteponer disculpas climáticas o infraestructurales, no cambian las
responsabilidades propias, aun cuando no exima las ajenas.
Es innegable que la visión economicista de la
infraestructura vial, del tránsito y del transporte en general, no ha hecho más
que generar grandes negocios para muy pocos y muerte para muchos,
desvalorizando este fundamental factor de desarrollo. Pero ignorar los
desatinos de quienes están al comando de vehículos de los cuales no entienden
sus poderíos, ha sembrado los caminos de inútiles vanidades y finales anunciados,
pero nunca escuchados, de destrucción y
muerte.
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