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El eficientismo forma parte indisoluble de todo discurso de
derecha. En todos los casos encuentran razones para superar las supuestas ineficiencias
derivadas de las políticas inclusivas, que detestan. Esto resulta muy atractivo
para los receptores de sus mensajes proselitistas, porque encuentran allí un
buen fundamento para canalizar sus desprecios clasistas, lo que les otorga ese
aire de creída pureza que, al rascar un poco en su pátina discursiva, se descubre
tan falsa como sus sonrisas de campaña electoral.
A la hora de confrontar con un gobierno de carácter popular,
hay que reconocer la eficiencia de los detractores neoliberales, basada en el
notable aporte mediático, herramienta previamente cooptada para ejercer esa
función tan necesaria para modificar la realidad a su antojo, mostrando
ineficiencias por aquí y por allá. Lo harán siempre de acuerdo con los
principios de sus economistas “estrellas”, abastecidos de ideas por las universidades
del Poder y organismos que distribuyen la riqueza a escala planetaria.
Pero a la hora de gobernar, mediante la re-estructuración
del sistema económico y financiero, estos adalides de la moral eficientista aportan
la peor de las ineficiencias: la injusta distribución de la riqueza generada
por todo el Pueblo. La destrucción del aparato productivo, el avasallamiento de
los derechos laborales y la neutralización del empoderamiento popular, son la
base de sus paradigmas de dominación.
Sin embargo, sí hay que reconocerles eficiencia para la
acumulación. De sus propias riquezas, claro. Para eso, no tienen error alguno,
rodeados como están de sus lacayos judiciales, quienes ofician de salvaguarda
de sus intereses, siempre mal habidos, pero muy bien ocultados.
Serán eficientes, también, en la persecución a sus enemigos
ideológicos, labor de igual forma asignada a un poder judicial que, no
casualmente, está conformado por herederos de apellidos y alcurnias ganadas a
fuerza de la pauperización de millones de hombres y mujeres oprimidos por sus
negaciones de justicia real.
El Poder, con su práctica antisocial, le cambió el
significado a la eficacia y la eficiencia. Pero no son malas palabras, sino esenciales
aportes virtuosos a la construcción de una sociedad mejor. Hacer las cosas y
hacerlas bien, deberán constituirse en la base ética de quienes pretendan
recuperar el rumbo hacia una vida digna de todo el Pueblo. Esa será, entonces
sí, una eficiente manera de construir la anhelada justicia social.
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