martes, 7 de noviembre de 2017

CIEN AÑOS DE UNA ILUSIÓN

Imagen de "LIT-CI"
Por Roberto Marra

El color rojo representa, según distintas tradiciones, la vida y la fuerza. Simboliza más lo pasional que lo razonable. También la felicidad. Es el erotismo y la seducción. Es el color de los poderosos reyes y los cardenales católicos. Las alfombras de los grandes acontecimientos son rojas. El peligro se representa con ese color y al infierno se lo pinta también de rojo.
Pero hace cien años, el rojo comenzó a representar algo más. Desde 1917 y en un lejano territorio, en esa Rusia casi desconocida para el grueso de la gente, se instaló otro concepto para ese símbolo. Fue el comienzo de otra historia, construída también con el rojo de la sangre y las pasiones. Fue el intento de conversión de las utopías en proyectos. Fue el lanzamiento de millones de ilusiones al viento de una nueva esperanza.
Los miserables de toda miseria intentaban, otra vez, cambiar sus destinos. No necesitaron demasiado para buscar un horizonte diferente. Menos que humanos, transitaban sus días entre el hambre y el frio eterno de una muerte asegurada sin saber, nunca, que era eso de vivir. Allá, como aquí y en todos lados, el tajo profundo del abismo social los separaba de sus amos poderosos que, curiosamente, usaban el rojo como símbolo de Poder.
Fueron días de quimeras al alcance de la mano. Fueron momentos de convicciones y certidumbres a flor de piel. Comenzaba un tiempo de anhelos casi realizados, atravesando la historia de la humanidad con la perspectiva de un tiempo nuevo que, parecía, venía para quedarse y expandirse.
Como todo hecho revolucionario, tuvo sus líderes capaces y honestos. Y, como parece ser el destino de toda revolución, tuvo también sus traidores. En esa puja triunfaron, al final, los desleales a sus orígenes y los infieles a las verdaderas utopías. Las banderas continuaron con el rojo simbolismo, pero fueron perdiendo la fuerza vital de su significado original, alejándose de la voluntad popular y el compromiso con los sueños de libertad que encarnaron.
Todo terminó mal. Después de andar setenta años entre verdades y mentiras, entre esperanzas y desatinos, entre las valentías inconmensurables de millones y la sombra de perversos imperdonables, se diluyó ese sueño en el mar del olvido de sus fuentes. Pero no murió su ejemplo original. No pudieron matar el sentido de aquellos rojos estandartes repletos de ilusiones.
Aquí y ahora, con nuestros colores, las banderas siguen buscando nuevos vientos para flamear entre esperanzas que jamás mueren. No será una nube de globos amarillos que podrá terminar con nuestros ideales, ni las miserias de los inmorales y traidores las que acobardarán a nuestro Pueblo. Las cenizas que dejan a su paso, lo sabemos, solo sirven para hacer renacer el fuego en ellas. Ese rojo fuego de las viejas utopías.

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