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Por
Roberto Marra
Existe
un mal endémico en nuestro País, portado por millones de
habitantes. No se trata de un virus o una bacteria, no es producto de
la polución ambiental o la resultante de la aplicación de un
producto químico. Tampoco se debe a la falta de alimentación o al
exceso de ésta. No se le puede culpar a las ondas electromagnéticas
ni a la radiación solar. No es una “enfermedad”, pero enferma.
No es un cáncer, pero nos consume. No es una demencia, pero
enloquece.
Es,
simplemente, una forma de manifestación verbal que se resume en un
sentido tajante, en una seguridad terminal, en una sentencia final
que nunca podrá ser contrarrestada. Los “que se la saben toda”
sentirán siempre una gran satisfacción ante el anonadado
interlocutor, que será, en todos los casos, ninguneado por estos
energúmenos con seguridades infinitas, ignoradas las posibles
réplicas verbales, desestimadas las pruebas que se le pretendan
ofrecer para demostrarles sus errores, siempre groseros, tan enormes
como sus soberbias sin sustento en conocimientos ciertos.
Están
por todos lados, poseen las más diversas profesiones u oficios y
actúan sus falsas sabidurías sin que nadie se lo solicite. Exhiben
sus aparentes superioridades ante la menor expresión contraria a sus
pareceres, acabando rápidamente con los “detractores” de sus
sentencias con la vanidad que los alimenta. Inútil pedir
razonamiento a estos supuestos ilustrados con la “enciclopedia de
la calle”. Nada será suficiente para torcer sus rumbos
atornillados a creencias irracionales, productoras de veredictos
irrefutables.
Sus
sentencias han producido mucho daño. Sus creencias han terminado con
esperanzas y desarrollos virtuosos. Sus fantasías de absolutas
razones han teñido a la sociedad con la miseria real. Sus
elucubraciones perniciosas han desolado a las mayorías,
introduciendo el gen malicioso de la duda sobre seguridades palpables
y visibles, en nombre de eso que dicen saber en su totalidad, y
siempre desconocen.
Resulta
muy contagiosa esta condición de reveladores de la verdad absoluta.
La adhesión es mayoritaria entre quienes buscan soluciones mágicas
a los problemas que los hostigan cada día. Otros, más pensantes,
terminan por ceder ante tanta “seguridad” de “los que se la
saben toda”, que no cesan nunca con sus diatribas para infundir
apabullamientos en quienes los enfrentan. Quienes se atrevan a no
asentir sus dichos, serán señalados ante la sociedad como los
“raros”, los que no entienden la realidad a la que solo acceden
ellos, los “sabiondos” de mesas de cafés y tribunas de pasiones
futboleras.
Nos
“cantan la justa”, poniendo en juego la burla y la
estigmatización sobre los otros. Nos abruman con falsedades elevadas
al pedestal de lo verídico a fuerza de sorderas permanentes a los
gritos desesperados de los perdedores de la sociedad que ayudan a
destruir. Son adoradores de la meritocracia, impulsores absolutos de
la violencia contra los que les cortan las calles, seguidores
incondicionales de energúmenos muy parecidos a ellos que pululan en
las pantallas de una televisión que también asegura “que se la
sabe toda” y votantes seguros de los enemigos del Pueblo.
Anodinos
y mentirosos contumases, no aceptarán la realidad hasta que choquen
contra ella. Y aún así, sabrán elucubrar otras sentencias
provocadoras contra lo evidente, única forma de asegurar
preeminencias insostenibles con la razón. Cuando ya nadie más que
sus iguales les escuchen, cuando la espalda de la sociedad
martirizada por sus dichos sea lo único que vean, igual habrán de
hacer el último intento por demostrar que “tienen la posta”.
Entonces,
esbozarán una sonrisa falsa, nos mirarán con sorna por nuestra
supuesta incapacidad para ver lo evidente que ellos sí ven, y
repetirán los latiguillos de sus condiciones sabiondas. Tanto harán
que, después, cuando ya se hayan ido, los atribulados interlocutores
terminarán dudando hasta de sus propios pareceres, envueltos en la
oscuridad semántica de estos personajes paridos por la brutalidad y
alimentada por la ignorancia programada para el sometimiento de los
que, muy arriba, sí “se la saben toda”, de verdad. Toda la
maldad.
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