Imágen de "Cba24n" |
Por
Roberto Marra
A
veces, algunas palabras significan mucho más de lo que indican sus
herencias etimológicas. Hay expresiones que se han ido cargando con
el tiempo, de contenidos superiores a los originales, profundizando
los que tuvieron en sus inicios, sumando simbolismos que generan
alternativas para sus utilizaciones, aumentando la importancia que
denotan para las relaciones sociales. Se convierten en sustantivos y
adjetivos al mismo tiempo, útiles maneras de definir a las personas
y sus actitudes.
Y es
en los peores circunstancias que se ven los frutos del compañerismo.
Es cuando todo parece oscurecerse que aparecen las mejores
interpretaciones de esta hermosa palabra. Es ahí cuando la raíz
histórica del término cobra otras dimensiones, amplía sus alcances
y marca certezas sobre las personas. Entonces surgen los distintos,
los que sobresalen, los auténticos “compañeros”.
Amado
Boudou es el ejemplo. En él se conjugan esas virtudes tan complejas
de aunar, se empalman todos los significados de esta palabra señera,
se transforma él mismo en adjetivo, promueve con sus actos
meritorios de admiraciones y agradecimientos, nuevos significados
para la mágica expresión que reúne a quienes sienten a la lucha
política como la necesaria manera para modificar la realidad.
En
medio de tanta opresión mediática, persecusiones judiciales y
bajezas intelectuales, la rectitud de sus acciones y sus dichos se
elevan por sobre las miserables posturas advenedizas de sus otrora
“compañeros”, convertidos en deshonrosas expresiones de las
traiciones más abyectas y socios genuflexos de un Poder que
descubrió mucho antes sus condiciones de falsos profetas de una
ideología que jamás sintieron como propia.
Cargando
con la “pesada herencia” inventada por la fábrica de odios,
soportando juicios amañados por jueces y fiscales sin escrúpulos ni
honor, estigmatizado hasta el hartazgo por mediocres comentaristas de
las mentiras organizadas para someter a la sociedad, supo plantarse
ante semejante muestra de poder casi infinito con la hidalguía de
quien está seguro de sus actos y convencido de sus principios.
Su
libertad, aún limitada y distorsionada por imperio de la parcialidad
judicial que nos rige, tiene el significado del pequeño triunfo en
una batalla contra tanta mendacidad y corrupción de los valores. La
vigencia de su figura, a pesar de tanta ignominia desatada contra su
persona, tanta oscuridad sobre sus honestidades manifiestas, tanto
menosprecio por muchos que se rasgan las vestiduras por esta
“democracia de baja intensidad”, se para ahora ante la historia
que estamos transitando para mostrarnos el camino del honor y la
verdad, de la seguridad del triunfo de las ideas que se acompañan
con las certezas de la ética que no se abandona ni se vende al mejor
postor.
Amado
es su nombre. Y amado tiene que ser este hombre, capaz, al igual que
sus otros camaradas de cautiverio, de no ceder ante los poderosos, de
no entregar su espíritu noble, de no alterar un ápice sus
convicciones. Y de mostrarnos que, más allá de los desleales y los
inmorales, de los cobardes y los perversos, existe otro camino, otra
convocatoria a la esperanza que genera la palabra que lo contiene
como a nadie: compañero.
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