Imagen de "Pájaro Rojo" |
Por
Roberto Marra
La
soberanía no tiene demasiada buena prensa por estos tiempos. Es una
palabra dejada de lado por los muchos “liberales” de sabidurías
modernosas, despreciativos personajes del Poder para quienes la
construcción de un sentido nacional es irrelevante y molesta. Estos
miserables vendedores de humos financieros, apoderados de los
resortes del Estado gracias a la “credulidad” generalizada de una
población apasionada por el impuesto odio al “populismo”, han
logrado instalar en las conciencias de los inconcientes la inhibición
del sentido de Patria.
No
es nueva esa postura desvalorizante de la nacionalidad. A lo largo de
nuestra historia, casi desde su misma concepción, ha sido una
perseverante manera de los poderosos oligarcas encaramados en el
poder casi absoluto, de establecer una pertenencia al imperio de
turno, creyéndose sus socios, pero no siendo más que sus delegados
extraterritoriales destinados a favorecer los intereses de los
verdaderos dueños del Poder Mundial.
No
existe otra afición por parte de esta oligarquía, engrosada ahora
por empresarios de apellidos “innobles”, que la acumulación de
riquezas y el poder que éstas otorgan. No tienen entre sus
objetivos, desarrollo alguno. Nada les interesa del valor agregado en
la industria, ni de la investigación científica propia, ni de
sostener una educación masiva, ni de elevar la calidad de vida de la
población. Nada les importa de las muertes cotidianas por el
abandono y la desidia de un Estado convertido en aguantadero de
evasores y proxenetas de las finanzas.
El
resultado de estas actitudes antipopulares, no puede ser otro que la
muerte de la Patria como concepto esencial para la construcción de
nuestra nacionalidad. No extraña ahora escuchar a un embajador en el
Reino Unido considerar “legítimas” a las “autoridades” de
las Islas Malvinas, arrojando la lucha más que centenaria por la
mayor de nuestras reivindicaciones, al basurero del olvido de la
historia, rindiendo el martirio de nuestros muertos por ese
territorio, ante la corona de los invasores.
“Vinieron
por todo”, suelen repetir algunos inteligentes políticos de la
oposición, y tienen razón. Vinieron por nuestros bienes, por
nuestros trabajos, por nuestros presentes y por la anulación del
futuro. Y llegaron con la intención de quedarse a gerenciar el
mandato imperial, asegurar su dominio absoluto y retrotraer a la
Argentina a tiempos del olor a bosta del Poder. Nada significa para
ellos la “independencia”. No registran entre sus escasas neuronas
la existencia de eso que denominamos “soberanía”. No entenderán
nunca el valor de la palabra “Pueblo”, estigmatizado sector
mayoritario que consideran solo como mano de obra barata para
convertir sus millones en trillones.
Sus
rastreras condiciones de vendepatrias ofenden hasta a los ofidios.
Desprendidos de cualquier pertenencia ni sentido nacional,
sobreactúan sus reverencias ante los amos mundiales, se arrastran
por las alfombras del Poder con el único fin de establecer una nueva
colonia, entregando territorios y riquezas sin pudor, instalando
bases militares enajenantes, vendiendo al peor postor lo que tanto
sacrificio popular costó.
Estamos
en tiempos de resoluciones sin regreso. Es hora de acabar con tanta
vergüenza conspiradora contra nuestra nacionalidad. No caben más
las dudas para defender la historia que nos parió, abandonada a las
decisiones del enemigo por tantos obnubilados por los espejitos de
colores del imperio y sus cipayos locales. No pueden aceptarse más
las distracciones con ridículos relatos de pasados que nunca fueron
y futuros que jamás serán. Ahora es el momento de decidir entre
Falklands o Malvinas. Entonces sabremos, por fin, si queremos ser
colonia o Patria.
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