Imágen de "Página12" |
Por
Roberto Marra
A
cada paso, la vida pone a las personas ante decisiones que involucran
a las propias convicciones y pasiones, elementos de imprescindible
defensa para quienes actúan con transparencia, partes indisolubles
de las almas buenas que nunca varían sus posicionamientos por
intereses subalternos. Allí radica la fortaleza de esos espíritus
diferentes, la admirable visión honesta de la realidad que ellos
predican, la certeza profunda de sus manifestaciones derivadas de
conductas inalterables, de senderos recorridos con valores
incorruptibles, de años batallados sin tregua ante el enemigo moral
que los intenta seducir con las banalidades que otros aceptan con
demasiada premura para cobijarse bajo las alas de un Poder corrupto,
que todo lo quiere avasallar.
Por
allí transitó nuestro Osvaldo Bayer, maestro de la honestidad,
líder de las convicciones, señor de la dignidad, amo absoluto de la
verdad transparente, representante inigualable de la entereza
espiritual, provocador permanente del Poder, lúmen imprescindible
para las nuevas generaciones de un periodismo que hoy se desvanece en
sucias intrigas dinerarias.
Por
ese camino de realidades utópicas y de quimeras convertidas en
certezas, anduvo este ser salido de la entraña de una tierra
atravesada por la muerte cotidiana de los desvalidos y los rebeldes,
a quienes él defendió en cada crónica, en cada libro; por los
cuales alzó la voz ante cada tribuna. Fue su elección suprema, su
decisión total, su fusil de palabras para herir de muerte al enemigo
que no sabe más que de mezquindades y odios sin sentidos.
Supo
cobijar bajo sus letras lo más hondo del padecer de los humildes.
Tradujo la historia consumada por cobardes y asesinos para que
supiésemos el orígen real de cada bala que nos sigue atravesando.
Llamó a cada cosa con su nombre y a cada criminal con su apellido de
oligarca ladrón de tierras y esperanzas de los pueblos perseguidos
desde siempre. Acabó con la hipócrita patraña de los libelos
defensores de conquistadores homicidas y también de los perversos
constructores del abominable presente.
Anarquista
de bombas de letras y palabras, con la humildad brotándole en sus
ojos, tan transparentes como su alma, hablaba con su pluma de lo que
su corazón le dictaba. Abarcó la extensión absoluta de los dolores
de los nadies, imprimiendo sus voces en las páginas imborrables de
sus libros. Nos queda la sencilla esperanza de poder estar a la
altura de su honestidad nunca mansillada, para seguir su camino
constructor de utopías y culminar su obra enamorada de todos los
sueños libertarios.
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