Imagen de "Question digital" |
Por
Roberto Marra
Si
hay una palabra siempre a flor de labios en políticos de toda laya y
nivel, de acá y de más allá, es “democracia”. No hay discurso
donde no se la mencione, no hay campaña electoral donde no sea el
eje desde el cual se conceptualize la supuesta adscripción del
dicente a ese concepto de estructuración de una sociedad en base a
su definición original, esa del “gobierno del Pueblo”, muy pocas
veces concretado totalmente en la realidad a lo largo de la historia.
El
imperio es el principal aparente patrocinador de este sistema, aunque
no lo aplique jamás en su real dimensión ni en su propio
territorio. Distorsionando la realidad de acuerdo a sus intereses (y
de las corporaciones que conforman el auténtico Poder), señala con
el dedo acusador a los supuestos antidemócratas de todo el Mundo,
sancionando, como gendarme planetario que se pretende, a los
gobiernos que se atrevan a rebelarse contra sus injustas y
arbitrarias decisiones, intentando caminar otra senda que las de sus
pretendidas imposiciones.
El
ocultamiento de la realidad funciona a la perfección, con la
complicidad no solo de sus prolíficos medios de comunicación, sino
incluso de quienes se manifiestan como auténticos demócratas,
aquellos políticos presuntos defensores de derechos humanos, que
aceptan mansamente las definiciones del imperio sobre los gobiernos
que les molestan para sus planes de dominación absoluta. Con ese
combo de opiniones difundidas hasta el paroxismo, generan dudas,
oposiciones y levantamientos, siempre bien condimentados con los
millones de dólares abastecidos por organizaciones que encubren sus
orígenes imperiales con la “mágica” palabra “democracia”.
Cada
uno de nuestros países ha tenido y tiene esta experiencia letal.
Todos hemos padecido y padecemos las enjundiosas diatribas contra
cada gobieno que se planta ante los poderosos. No hay novedad alguna,
salvo en los métodos y sus sofisticaciones, sostenidas por el
apabullante dominio de los avances tecnológicos, un oscuro arsenal
de espionaje permanente de los ilusos ciudadanos de la periferia
imperial.
La
estigmatización funciona a la perfección, encontrando en la
ignorancia y la brutalidad sembrada por décadas en nuestros
territorios mentales, a sus principales aliados. Se habla con
ligereza, por ejemplo, de una Cuba antidemocrática, ocultando su
sistema electoral donde la participación es total, donde la
discusión es auténtica, donde los elegidos no viven de sus cargos
sino de sus trabajos, donde la generación de una nueva Constitución
es analizada por millones de ciudadanos, que modifican sus artículos
con absoluta libertad, donde sus representantes cumplen con los
mandatos que les da su Pueblo, auténtico dueño de la Revolución
que martirizan desde hace sesenta años, bloqueando su desarrollo
para impedir su emulación.
Gritan
sus odios ideológicos los cipayos, insultando la razón de los
pensantes, para enterrar la experiencia venezolana con más bloqueos
insensatos y criminales. Gastan ríos de tinta sanguinolenta para
barrer del mapa la creación de un líder que apostó a un nuevo
tiempo que no pudo más que darle inicio, asesinado por los eternos
verdugos de nuestros pueblos. Tergiversan y manosean la realidad,
hasta envolver la verdad con una masa informe de palabrerías falsas
elaboradas por los creídos amos intelectuales de la “moral
democrática” mundial.
Vienen
ahora por Bolivia, atacan al indio que se atrevió a desarmar la
indignidad de un virreinato yanqui con la voluntad y la inteligencia
que no le creyeron posible por su orígen étnico que, plantado en su
Pachamama y sus convicciones milenarias, ha llevado a esa Nación a
una transformación impensada, con un crecimiento material y
desarrollo humano que envidian sus poderosos enemigos. Son la
xenofóbica Europa y el decadente imperio quienes “retan” a Evo y
su gobierno, pretendiendo decidir su discontinuidad para acabar con
esta experiencia imprescindible.
Eso
es lo que persiguen. Un remedo maloliente de los originales conceptos
libertarios es el que necesitan para asegurar la continuidad de sus
primacías y sus obscenidades financieras, fabricando una caparazón
inmoral que no deje penetrar a los pueblos al dominio de sus
destinos, a la región unitaria donde construir la independencia, la
soberanía y la justicia social. Y, con ellas, la auténtica
democracia.
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