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Por
Roberto Marra
A
veces, la “inocencia” periodística se sobreactúa en exceso. Sin
dudarlo demasiado, nos relatan supuestas discusiones entre miembros
del gobierno nacional que, de tan armadas para la ocasión, son
evidencia de un preparado obsceno de contubernios politiqueros
mostrados como supuestas “luchas internas”, un modo más del
engaño marketinero que vienen produciendo desde mucho antes de su
asunción.
Paradójicamente,
este personaje nacido al calor de las desapariciones forzadas y la
muerte cotidiana de la última dictadura, actúa su aparente rebeldía
ante el “reglamento Bullrich”, libelo facista de la beoda en
cuestión, como modo de mostrar una cara alternativa a la delineada
por la descendiente de los genocidas de indígenas.
Para
aprovechar convenientemente las circunstancias, hace su aparición
en escena la mayor de las figuras de reemplazo del staff
gubernamental, la “gobernadora de la dulzura” bonarense, siempre
atenta a los cambios de humor social, pero jamás a las necesidades
populares que los producen. Vidal también sabe actuar ante las
cámaras, exponiendo todo su “arsenal” pacifista, mientras en sus
comisarías-cárceles mueren como moscas los presos sin condena,
quemados por la insidia de sus policías corruptos e insanos, tan
perversos como ella.
Otros
actorzuelos similares, pero de menor relevancia, también pululan por
los canales de televisión y los estudios radiales, relatando
aparentes oposiciones a las políticas del gatillo fácil que propone
la ministra de (in)seguridad, después de recibir convenientes
consejos del oscuro personaje ecuatoriano elaborador del márketing
macrista.
Todo
es captado por los “grandes” periodistas como verdaderas
revelaciones, como actos de “insurrección” de sus entrevistados,
dandoles aire a sus ofuscasiones mentirosas, mientras sus cómplices
continúan arrasando la Nación, aplastando su futuro, castigando a
su Pueblo empobrecido, llevándose el fruto de décadas de esfuerzos
libertarios.
Idiotas
útiles al Poder, solo ven lo que quieren ver. Inútiles analistas de
la irrealidad, simplemente la reproducen para alegría de sus
patrones ideológicos y desgracia de sus receptores. Convencidos o
nó, aseguran lo imposible, “descubren” ridículas “grietas”
en el entramado gubernamental, tan falsas como sus integrantes, tan
irreales como sus pertenencias democráticas, con demasiada historia
falsificada detrás de sus dichos de apariencia opositora.
Del
otro lado de las pantallas, donde la cocina de la realidad calienta
el caldo de la tempestad inevitable de la rebelión honesta, millones
de aplastados por la ignominia de estos gobernantes y sus socios
mediáticos sobreviven a la cultura del desprecio y el martirio del
odio ahora elevado a la categoría de “reglamento” baleador,
mientras tragan el viejo pan de la mentira disfrazada de disputas
internas, para convencerlos de votar, por enésima vez, a sus
verdugos.
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