Imágen de "Página12" |
Por
Roberto Marra
Uno
de los mitos más desarrollados y difundidos de la conformación de
lo que hoy es Estados Unidos, es el del Far West. Mezcla de realidad
y fantasía, el cine se encargó de mostrarle al Mundo un orígen
heroico de aquellos tiempos de apropiación por la fuerza de inmensos
territorios pertenecientes a los pueblos originarios, avasallados por
inmigrantes del este al oeste (increíble paradoja con la actualidad
contraria) que tenían en el uso de las armas su principal apoyo. El
nacimiento forzado por la fuerza de la muerte de los “indeseables”
dueños de la tierra invadida, dio paso a un paradigma fundacional
para aquella nación del norte, donde las armas son la única razón
y justicia para la mayoría de la población dominante.
Luro
y Pueyrredon son dos de esos apellidos “ilustres”, cuyos sus
orígenes también se remontan a aquellos tiempos de “barbarie
civilizatoria”, que luego fueron acompañados por otros llegados
desde lejos para completar una fuerza de ocupación letal para el
desarrollo virtuoso del País que se estaba gestando. Allí aparece
el apellido Bullrich, el mismo que, acompañado no casualmente por
los otros dos, está ejerciendo, ahora mismo, el vil rol de ejecutor
de las más aberrantes políticas de represión popular disfrazadas
con la palabra más usada por estos tiempos de degradación moral y
política: “seguridad”.
Tratando
de dejar una marca indeleble en la historia, esta portadora insana de
apellidos y fortunas mal habidas, instruye el uso letal de las armas
que el Pueblo le entrega a sus fuerzas de seguridad para con
cualquiera que resulte sospechoso para los energúmenos que se
cobijan cobardemente tras de un uniforme, para aplicar un reglamento
mortal, creado para ejecutar sin tapujos legales ni sostenes
jurídicos a quienes molesten al Poder y sus intereses.
Abierta
esta “caja de Pandora” de la muerte permitida, el miedo será la
razón que desvanezca cualquier rebelión ante las atrocidades
sociales que esos mismos asesinos protegen con sus balas. Las
espaldas de los pobres y desvalidos, de los ninguneados y
estigmatizados, serán el blanco predilecto de esos “guapos de
ferretería”, escudados en la dudosa letra escrita por una beoda y
sus asesores marketineros.
Y
será gran parte de la sociedad que sostenga semejantes brutalidades,
atravesada por odios desatados por la influencia perversa de los
poderosos y sus medios de comunicación, formadores de “sentidos
comunes” que retroceden milenios en la conformación humana,
atavismos de épocas donde la vida y la muerte eran correlatos de la
subsistencia. Serán felices los odiadores consuetudinarios, los
arregladores de economías de mesas de café, los señaladores de
pajas en ojos ajenos e ignorantes de las vigas en los propios.
Se
regodearán los conductores de programas televisivos donde se pondera
el horror de la muerte periódica de los pibes de las gorritas
estigmatizadas. Podrán, al fin, entrevistar a los asesinos de
uniforme con la satisfacción de la impunidad abierta, con el
regocijo de la eliminación de los molestos cortadores de avenidas,
con la miserable proeza de las armas liberadas para la justicia
instantánea.
Ha
llegado la felicidad del gatillo fácil legalizado. Ha nacido una
época mortal, un período donde la vida no vale nada, menos que
ahora mismo, que ya poco vale. No les basta con el hambre y el
abandono, no les es suficiente la salud colapsada y las aulas
derrumbadas. No les alcanza con el desempleo y el estropicio
programado de una economía aplastada, mientras resguardan sus
ganancias financieras en las guaridas fiscales.
Es
el caldo de cultivo ideal para la destrucción final de una Patria
que quieren desaparecida. Es la chispa con la que desean provocar la
explosion fatal de un Pueblo que pretenden demolido y desmoralizado,
sometido y desmembrado, fácil presa de las armas reales y virtuales
con las que se intentan matar las esperanzas.
Queda
solo la ilusión de alcanzar, con la amalgama de los perseguidos y
los mutilados de futuros, y con el liderazgo de quienes aún
sostienen las banderas del honor y el raciocinio, el sueño de la
liberación final de los eternizadores de los dolores populares, para
expulsarlos definitivamente de nuestro territorio ultrajado,
arrojándolos al rincón final donde habrán de morir sus poderes,
atravesados por la espada de los recuerdos de los sencillos héroes
cotidianos baleados por la espalda por los cobardes hacedores de
todas nuestras desgracias.
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