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Por
Roberto Marra
La
realidad puede leerse de diversas maneras, incluso de forma irreal.
Sostener evaluaciones políticas y sociales que aseveren lo que no
sucede, o girar el sentido de lo evidente, es una forma más de
desviar del camino que se dice pretendidamente unitario, pero que
termina siendo una simple pantalla de lo que en verdad se pretende:
acumular poder sobre sí mismos.
El
peronismo, que por su dimensión debiera constituirse como eje
estructurador del conglomerado de los diversos sectores políticos
que se presentan como opuestos a los designios y las acciones del
actual régimen antinacional, no termina de alinearse tras de un
objetivo común, sobre todo porque no lo tienen algunos engreídos
personajes que se pretenden “figuras” relevantes y (falsamente)
“auténticos” representantes de la doctrina originaria del
creador del justicialismo.
También
existen actitudes realmente odiosas por parte de ciertos
ex-amamantados por los gestores y líderes del último gobierno
popular, transformados mucho más en opositores a éstos que a los
verdaderos enemigos del Pueblo, al que hasta ya se están
acostumbrando a llamar “gente” o “vecinos”, como muestra de
sus cercanías con los ideólogos del actual “cambio” regresivo.
Exagerando
críticas a errores y formalidades de menor peso frente al
significativo avance social real que representaron esas figuras con
sus conducciones, manifiestan miserables ninguneos a semejantes
líderes, aplastando sus logros y barriéndolos al costado del camino
de la construcción del frente político que se necesita lograr para
comenzar otro proceso de reconstrucción nacional.
Por
ambiciones personales o por complicidades ocultas con el poder, estos
apócrifos adalides del “frentismo” aparecen como quienes
pudieran otorgar “permiso” para ser parte de esa construcción,
señalando yerros ajenos y olvidando las traiciones propias, con
actitudes de una soberbia que no se condice con sus reales fortalezas
y capacidades, atravesados por inmoralidades que no pueden soslayarse
a la hora de arrimarse al postergado fogón de la unidad.
Tergiversan,
amañan, trastocan y revuelven los hechos, todo para ser considerados
supuestos “adalides”, intentando forzar aluviones de adhesiones
que no podrán llegar jamás, porque los liderazgos no se inventan,
son la génesis colectiva de los pueblos, la parición de procesos
que evolucionan y estallan en los momentos decisivos de la historia,
conjugándose en conductores que emergen a fuerza de claras
demostraciones de sus capacidades superiores.
No
se resignan estos pequeños hombres y mujeres a ser simples actores
de reparto en la necesidad transformada en lucha política y su
manifestación electoral. Se puede colegir que sus actitudes no
parten ya de simples engreimientos personales, sino de complejos
entramados tejidos por el Poder, siempre hábil para crear enemigos
internos en las expresiones partidarias de los sectores populares.
Pretenderán
ser ellos quienes determinen la posibilidad o nó de participación y
conducción del proceso en ciernes, después de pasar por el tamiz de
sus “verdades absolutas”, que dicen haber heredado de un Perón
de mármol y una Evita de bronce, tan rígidos como los necesitan
para evitar que trasciendan la auténtica dimensión y profundidad de
sus legados, espejo al que jamás podrían mirarse sin vergüenza.
Aspiran, incluso, a ser quienes hagan la evaluación final de quien
resulta ser la más importante figura política de estos tiempos, que
pretenden sometida y agachando la cabeza ante sus supuestos
liderazgos prefabricados para la ocasión.
Querrán
ser, en definitiva, quienes dominen la escena preparada por el propio
Poder, para dar continuidad a sus martirios sobre un Pueblo desarmado
y débil, alejado de sus auténticos líderes, demostrados defensores
de sus derechos arrasados. Habrán logrado, de darse así, el regreso
al principio de la brutal cadena de desdichas, atrasando el reloj de
la historia con el único y perverso fin de sus miserables egoísmos.
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