Imágen de "Periodista Digital" |
Por
Roberto Marra
Mariana
se llamaba. Una más. Otra pequeña nota en los diarios. Alguna
pantalla roja avisando su muerte con esa pátina de menosprecio que
rondan los finales lógicos del abandono previo, de la miseria
consumida bajo el fuego impuro de la pobreza sin salida, de la
inexistencia eterna de protección alguna para los que nunca
importan, salvo para engordar los bolsillos sucios de las asesinos
ocultos detrás de las anteojeras de una sociedad drogada con el
estupefaciente del odio al diferente y al que nada tiene.
Mueren
vestidos con harapos, con retazos de las telas que trabajarán para
que envuelvan cuerpos limpios y blancos, que jamás tendrán en
cuenta el orígen mortal de sus engreimientos de mediopelos tardíos,
especímenes sin patria ni conciencias, vulgares reproductores de
sentidos comunes de infinitos desprecios.
Desaparecen
sin dejar más rastros que el color negro del humo de sus cuerpos
calcinados. Finalizan el mandato repugnante de un destino fabricado
por los dueños de todo, hasta de sus pobrezas, para ser reemplazados
después por otros y otras que esperan en la larga lista de
desesperados sin trabajo, de los refugiados en puentes y aleros
escarnecidos por tanto desdén, de los fantasmagóricos restos de una
sociedad desmoralizada.
Van
hilando sus propias muertes, madejando sus cortas existencias,
agujereando los retazos de felicidades que nunca llegan, cortando
finas telas fabricadas por otros sometidos de no se sabe que país
del Mundo, cosiendo el final de esta loca carrera hacia la nada.
Nacen y se crían sin otras certezas que carecer de ellas, sin más
alegrías que saberse vivos al dormirse en los camastros sin cobijas
donde, si tienen suerte, despertarán al otro día para recomenzar el
ciclo de la vileza consumada.
En
tiempos de paseos tribunalicios de capitostes empresariales, de
negación de justicia para quienes se opongan a los designios de los
amos imperiales y sus cipayos locales, cuando una sarta de ineptos
está conduciendo los restos de la Nación desvalijada, las muertes
cotidianas forman parte del “paisaje” del horror aceptado
mansamente por millones de idiotizados preocupados solo por encontrar
salvaciones personales.
Y
los niños quemados, como tantas “sobras” humanas de la sociedad,
serán olvidadas al instante, oscurecidas por los humos mediáticos,
tapadas con otras mentiras inventadas para ensuciar las almas de los
que quedan vivos, atrapados en la maldita telaraña del olvido
permanente, hasta que alguna otra pantalla roja nos avise que ha
muerto otra Mariana.
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