Por
Roberto Marra
La
muerte suele ser una visitante asidua en las cárceles. Se presenta,
las más de las veces, en forma de colchones quemados, con humos
homicidas y barrotes asegurados por los pendencieros que ofician de
guardias. Los hechos se dan casi siempre de igual manera, con
protestas por los maltratos, las torturas permanentes, las comidas
intragables, las requisas denigrantes, la droga que circula con
anuencia y participación de quienes debieran impedirlo, las
sanciones decididas por esos “jueces” penitenciarios que
encuentran el ámbito propicio para ejercer sus perversiones.
El
cóctel del desprecio a la vida se dió como nunca, con policías
burlándose de quienes se estaban quemando, con bomberos que se
negaron a apagar el fuego, con barrotes que no se abrieron hasta que
se hubiera consumado lo buscado, la muerte de esas “sobras” de la
sociedad amontonadas para derrotar los pocos vestigios de humanidad
que sostiene a esta sociedad. El regodeo por la muerte ajena
expresada con la transparencia de quienes no tiene moral ni, mucho
menos, capacidad para entender su significado.
Después...
después vienen las conferencias de prensa, donde los lacayos
mediáticos preguntarán lo que les permiten sus amos cambiemitas,
con las clásicas “investigaciones hasta las últimas
consecuencias”, mientras los jueces involucrados deslindarán sus
responsabilidades, salvando sus pellejos e ignorando las verdades que
les estallan en sus rostros de piedra.
Y
está la mayor de las causantes, la peor de las malechoras, la más
sucia de las culpables, la de la voz cadenciosa, trabajada por
expertos marketineros para subyugar a los incautos, explicando
razones imposibles como si nada, cambiando la realidad por espejitos
de colores ennegrecidos por el humo de la mentira permanente. La
“esperanza del cambio” bonaerense se mostrará compungida por lo
que no siente, prometerá castigos a los culpables que jamás
buscará, aplicará todas las recetas de los asesores de imágenes y
se ofenderá por alguna pregunta necesaria de algún periodista con
restos de vergüenza profesional.
No
lo hacen sin resultados favorables a sus intereses. Han construído,
desde mucho tiempo atrás, la cultura del odio y el desprecio al
diferente, las condenas anticipadas de los jueces callejeros de la
ignorancia, de los miembros de una sociedad doblegada por los
martirios mediáticos y las represiones inconscientes, reductos de
obsesiones vengativas sin sustentos reales ni objetivos necesarios.
Ahora son solo gente, vecinos, individuos alejados de su condición
de Pueblo, generando estos resultados de retrógradas consecuencias,
donde la ética ha pasado a mejor vida y la vida a no ser ya
propiedad del que la tiene.
Otros
cuerpos se consumirán en las llamas del desprecio y la violencia
incontenible de guardias preparados solo para matar. Más y más
“gentes” y “vecinos” se sumarán al ejército vengador de una
sociedad odiadora, atravesada por la miseria irracional del abandono
y el ninguneo empobrecedor de los espíritus. Millones caerán bajo
las garras del dios mediático, que sabrá sustentar maledicencias y
aplastar rebeldías, asustando con enviarlos a esas comisarías de
las fogatas depuradoras. Mientras allá lejos, en los confines donde
el Poder asienta sus ganancias mal habidas, rien satisfechos después
de haber logrado que sus sometidos gocen con la razón de sus propias
desgracias.
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