Imagen de "El Ciudadano" |
Aunque
parezca mentira, hay trogloditas en Rosario. Hombres y mujeres
habitantes de las cavernas prehistóricas del pensamiento más
estúpido. Descerebrados pretensiosos dueños de verdades que ni
comprenden, se atreven a hablar, desde sus escasos medios
lingüísticos, de personas que sobrepasan por lejos la media de
cualquier ser humano que haya habitado la Ciudad.
Engreídos
pobladores de bancas que deshonran cada día por su ineficiencia e
incapacidad propositiva (justo ellos, tan “pro”), se muestran
altivos críticos de una fotos en los ómnibus urbanos que recuerdan
los 90 años del Che. Ignorantes sin remedio de la historia, de sus
personajes, de los contextos, de las circunstancias y de las mismas
subjetividades de cada uno de los actores que fue gestándola con sus
acciones, sueltan sus diatribas creyéndose relatores de la verdad
divina, inalcanzable para los pobres mortales que les tenemos que
oir.
Hablan
siempre en nombre de la paz, esa que sus patrones ideológicos
destruyeron con perversión diabólica en los años de la dictadura,
cuando tanto se esforzaron para colaborar con los torturadores y
desaparecedores que les proveyeron del ámbito necesario para sus
negociados que hasta hoy estamos pagando.
Pretenden
hacernos creer que cuidan nuestros bolsillos, esos mismos que su
máximo ¿líder? vacía con placer con sus acuerdos financieros,
destruyendo el trabajo y la producción en nombre de futuros tan
falsos como sus discursos preparados en las oficinas marketineras que
sostienen la injusticia como valor supremo y el robo sistemático de
nuestra vidas como paradigma.
Ignorantes
consuetudinarios, altiva conceptualización de la cobardía,
miserable representación de la población odiadora que sustentó su
llegada a las bancas a las que se amarran con la repetición infinita
de las mentiras tan dulces al oído de los brutos enceguecidos,
suelen vociferar, cada tanto, algunas frases de supuesta defensa de
la “democracia”, esa misma que anulan desde la Nación empujando
a los jueces de sus Juzgados, encarcelando sin pruebas a sus
opositores, desconociendo al Congreso cuando no votan lo que
pretenden y apalendo a quienes no piensan igual a ellos.
Seguirán
allí, sentados en las poltronas otorgadas por los que no piensan,
acumulando poderes chiquitos pero suficientes para dañar a la Ciudad
y sus habitantes. Se asumirán incluso como sucesores para conducir
los destinos de semejante urbe, a la que, de hacerlo, hundirán sin
remedio, llevándola hacia las mismas cavernas ideológicas de donde
emergieron.
Sin
embargo, lo que sus pobres y apagadas imaginaciones no podrán nunca,
es borrar la luz de figuras como ese gran hombre que naciera
circunstancialmente en Rosario, para convertirse en símbolo
planetario. No importan las fotos en los colectivos, ni las remeras
del consumo vaciador de ideologías. Importa sí que, saber que
vivimos en la Ciudad que, con orgullo, puede jactarse de decir que
aquí, nació el Che.
No hay comentarios:
Publicar un comentario