Imagen de "El Clarín de Chile" |
La muerte de cualquier hombre
me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente
nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.
John
Donne (1624)
Como
si solo se tratara de un recuento de cosas perdidas, las
informaciones sobre la muerte de miles de migrantes en el mar
Mediterráneo nos llegan cada día sin que, en la mayoría de los
casos, se le mueva un pelo a nadie. Tal vez alguna expresión de
“horror” ante las imágenes que parecen salidas de un set de cine
antes que de la realidad. Puede que el asombro mute en lástima por
tantos seres humanos apiñados en los botes de plástico, siempre a
punto de hundirse, pero no mucho más que eso.
A
cada hora parten esos grupos de desesperados de las costas africanas
a buscar una salvación que se convierte, casi siempre, en mortaja
marina. Centenares de hombres, mujeres y niños detras de un sueño
de sobrevivencia, esperanzados en ser, aunque más no sea,
semi-esclavos en los idolatrados países europeos.
Huyen
de las guerras, el hambre casi eterno, las sequías desoladoras. Son
la carne de cañón de los restos de imperios construídos a fuerza
de otras matanzas anteriores, cuando en nombre de superioridades
étnicas tan falsas como ignominiosas, se apoderaron de las tierras
de un Continente que convirtieron en su “patio trasero”, como los
yanquis lo hicieron con Nuestra América.
Las
supuestas “liberaciones” de esos países inventados a medida de
las necesidades de dominación parecieron, en un tiempo, que
servirían para permitir un desarrollo acorde a las enormes riquezas
que contienen en sus subsuelos, ríos, estepas y lagos. Pero, al
contrario de ello, la trampa de la libertad falsificada se transformó
en un nuevo método de apoderamiento de la exuberancia de una
naturaleza que solo fue mirada con la ambición desbocada de un
sistema arrasador de derechos y exterminador de autonomías.
Ahora,
tras siglos de matanzas y desprecios, robo y destrucción de las
economías de cada uno de esos “inviables” estados, molestos con
la llegada de tantos “negros” que les puedan consumir algo de sus
opulencias mal habidas, exacerban sus miserables discursos xenófobos
e inventan delirantes peligros terroristas.
“Pulcros”
diputados de esa Unión Europea, representantes de los intereses
financieros de las corporaciones dominantes antes que de sus pueblos,
no se cansan de crear leyes para impedir el acceso inmigrante, por
temor a perder algunos centavos de sus voluminosas exacciones. Reyes
de los “derechos humanos”, nos dan lecciones sobre injusticias
que ellos provocaron para solaz y beneficio de un grupúsculo de
ladrones convertidos en supuestos “estadistas”.
Los
propios pueblos europeos han sido convencidos de sus aparentes
superioridades. Los mismos descendientes de quienes fueron
martirizados en los campos de concentraciones nazis, los recrean
ahora para salvaguardar sus apariencias ricachonas, fruto indudable
del sacrificio de millones de ignorados africanos que mueren cada día
en su continente por las balas y las armas que ellos también les
venden.
El
negocio de la pobreza no para de generar muerte. Directa o indirecta.
La enervante disociación entre “derechos” y “humanos”, les
ha permitido a estas “bestias pardas” del siglo XXI, empujar al
mar de la desaparición a esos miles de seres considerados simples
homínidos oscuros y malolientes. Mientras, en sus palacios de
cristales opacos, algunos de quienes pudieron salvarse de los
naufragios programados para el exterminio racial, les sirven las
copas con las que brindan por otro éxito en sus perversos negocios
con la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario