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Que
la política está mercantilizada, nadie lo puede negar. Las
decisiones en materia electoral se siguen tomando en base al concepto
de “oferta y demanda”. Oferta y demanda de candidatos, no de
programas de gobierno. Oferta de personajes inventados para la
ocasión o repetidos especuladores atentos a los devenires populares,
cuyas demandas estudian para responder con un marketing adecuado al
convencimiento probable que tendrán sus mensajes, sin considerar, en
realidad, la solución real de los problemas que les dieron origen a
esos requerimientos sociales.
Hoy,
cuando el final de la ola neoliberal salvaje que está transcurriendo
parece ya insoslayable, comienzan a aparecer las repetidas caras de
las ofertas, viendo la tremenda demanda que las calles gritan a
diario. Tampoco ahora parecen hacer otra cosa que adecuarse a las
circunstancias temporales, lejos de presentar más que algunas frases
estudiadas para parecer lo que no son o exaltar virtudes que nunca
demostraron.
Al
igual que en los avisos publicitarios de cualquier producto, se trata
de demostrar superioridades frente a la “competencia”. Cuando no
logran hacerlo, comienzan las acusaciones más inverosímiles hacia
los rivales que, paradójicamente, pertenecen al mismo espacio
político. Para lograr la “venta” del “producto” electoral,
nada más rápido y seguro que destruir la influencia que hasta el
momento pudieran tener las figuras de mayor raigambre popular y
autenticidad.
Los
asesores de mercadeo estudiarán lo que la población desea oir de
los candidatos ofertados para otorgarles su confianza (y sus votos).
En base a eso se elaborarán discursos, slogans y posturas
fotográficas que posicionen al candidato en el inconsciente
colectivo como defensor de sus demandas. El Poder, a través de sus
medios hegemónicos, hará su parte fundamental, posicionando al
candidato que mejor se arrime a sus intereses, aún cuando sus
discursos parezcan de barricada revolucionaria.
La
ciudadanía no es una actora inocente en este proceso, tan repetido
como perverso. La construcción de una idiosincrasia basada antes en
el vituperio fácil, en el reproche permanente, en la condena sin
análisis, ha logrado generar una historia de idas y vueltas entre el
cielo y el infierno, aceptando la reiteración y profundización de
los daños a toda la sociedad, solo por seguir las ofertas de
promesas vanas de rápidas desmentidas pos-electorales.
Los
paradigmas sociales más virtuosos forman parte de muchos discursos
de los ofertantes acostumbrados a las mentiras dichas con tono de
verdades absolutas. Jamás las tendrán en cuenta después, cuando
sea tarde para el arrepentimiento de las mayorías que les otorgarán
sus votos. Tal como sucede en los “mercados”, todo cambiará muy
raudamente, desvalorizando con premura la palabra empeñada con
miradas estudiadas y gestos de estadistas que nunca serán.
Sobrevendrán
entonces las excusas de los males recibidos, de la “mercadería”
social en mal estado, de los esfuerzos por venir para “salir
adelante”, de las miserias a asumir para los logros que nunca
llegarán.
Ese
es y será el resultado del “mercado” politiquero. Ese es el
final seguro de cada proceso electoral viciado de las mentiras de
candidatos sin dignidad. Ese será el resultado del desprecio de las
advertencias de los que intentaron ser simples representantes de una
doctrina manifestada en un programa de gobierno al que las mayorías
le dan la espalda, obnubiladas por el envoltorio brillante de la
repetida “oferta” de los hipócritas.
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